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Candidaturas a montones…

Francisco Leal Buitrago
20 de septiembre de 2015 - 02:11 a. m.

Las candidaturas a corporaciones públicas y cargos de elección popular se volvieron una feria, en la que los enclenques partidos dependen de ellas en lugar de lo contrario.

 

 

Gran porcentaje de sus avales muestran empresas familiares de candidaturas y roscas de favores que pagan luego con dineros públicos. Además de ser semilla de clientelismo y corrupción, e incluso de acciones criminales.

En este año —por fortuna— hay conciencia de ello en la relativamente escasa ciudadanía independiente, en la Registraduría Nacional y en algunas ONG con trabajos quijotescos —como la MOE y Paz y Reconciliación—, además de contados analistas públicos.

Pero —guardadas las proporciones— como “todo político que se respete aspira a ser presidente de la República”, en esta feria electoral ellos juegan a tres bandas por anticipado. Veamos algunos casos.

El primero es el vicepresidente —con todo y casco de seudoingeniero—, quien recibió el favorecimiento de Santos y anda inaugurando —a lo largo y ancho del país— vías hace rato concluidas y proyectos que están en construcción. Además de su costosa propaganda —¿campaña?— de las 4-G con dineros públicos. ¿Dónde estarán las 3-G, e incluso las 2-G?

El ególatra lefebvrista, en campaña poco disimulada —¡con regalos a los pobres!—, abusa de una Procuraduría sin control, a punta de clientelismo y sanciones o amenazas —según la víctima— a eventuales contendientes para que no ejerzan cargos públicos al futuro. Hasta se entromete en donde no cabe, para apuntalar sus odios frente a otros ególatras, como el que encabeza la Fiscalía. ¿También aspirará?

El “traicionado” neocaudillo —a quien le ganó Santos la partida para que lo respaldara— no se rinde en sacar avante una constituyente que apruebe la reelección. Acolitado por alfiles y peones incondicionales, pasa por encima de todo lo que se le atraviesa, con tal de evitar que prosperen las demandas de chanchullos realizados, que podrían hundirlo de verdad.

El excelente excongresista —ahora alcalde de la capital— quisiera medir siquiera una cuarta más para no tener que mirar hacia arriba y con desprecio a quienes lo critican. Como administrador público ha sido un desastre, por decir lo menos. Su descomunal ego —que no permite sugerencia alguna— no le deja abandonar su utópica esperanza de alcanzar la Presidencia.

Quedan entre el tintero varios nombres. Por ejemplo, el “mejor minhacienda”, premiado por un mundo donde priman el neoliberalismo y argucias en política económica. También, quien obtuvo buena votación en las pasadas elecciones, dejándole entrever que su partido podría aislarse de la Unidad Nacional y respaldarla en sus aspiraciones a la Presidencia.

Si se hiciera un inventario de figuras públicas con tales pretensiones, habría que escribir otras columnas. No hay que olvidar que en las regiones hay muchos que miran en esa dirección, como alguien que es competente pero que no cree en los partidos. Es verdad que estos son minusválidos, pero si se les quitan las muletas podrían derrumbarse a costa de nuestra enclenque democracia.

Si alguno de los políticos mencionados gana, sería un desastre para la nación, en particular para el complejo, difícil y necesario posacuerdo con las Farc, al que debería juntársele el del Eln para evitar un eventual colapso.

 

 

 

 

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