Canibalismo guajiro

Weildler Guerra
07 de julio de 2018 - 02:00 a. m.

En un aparte de su libro sobre el conquistador alemán, Nicolás de Federman, el historiador Juan Friede narra cómo en la primera mitad del siglo XVI una patrulla de soldados observó a un grupo de indígenas guajiros reunidos alrededor de una hoguera quienes, al parecer, consumían desprevenidamente el cuerpo de un animal. Al aproximarse, los soldados descubrieron con horror que lo que asaban los nativos era la pierna aún humeante de un oficial español. Esta práctica jamás volvió a registrarse en ninguna fuente histórica, pero su posible existencia atemorizó constantemente a las tropas coloniales que se adentraban en el territorio guajiro.

Una vez surgida la república, se pasó de los enfrentamientos con las fuerzas españolas a los conflictos entre los indígenas y la población criolla, a las disputas entre los mismos grupos familiares indígenas y, en el seno de la propia población criolla, se participó activamente en las contiendas civiles nacionales. Un episodio representativo de estas pugnas internas lo representa la llamada “Lista negra de Riohacha”, que el investigador Freddy González Zubiria recoge en una deliciosa crónica con ese mismo nombre. Dicha crónica se basó en el estudio de la historiadora Lina Britto llamado “El eje guajiro: nazis, contrabandistas y diplomáticos durante la Segunda Guerra Mundial, Riohacha 1940-1943”. Durante esos años los norteamericanos establecieron un consulado en Riohacha para evitar el comercio con los alemanes, identificar posibles redes de espionaje nazi y frenar cualquier posibilidad de abastecimiento a los submarinos enemigos que frecuentaban las costas guajiras.

Los empresarios alemanes como Guillermo Eikhoff, Otto Siegler y Herbert Muller jugaban en ese entonces un papel importante en el comercio de Riohacha, especialmente en la exportación del dividivi, pero a la vez vendían cemento, elementos de ferretería, productos farmacéuticos y representaban agencias navieras. También existía otro grupo de comerciantes criollos, palestinos e italianos entre los que estaban algunos de sus competidores como Don Nicolas Abuchaibe. Dada su procedencia, los germanos fueron los primeros en ser incluidos en la llamada lista negra, lo que perjudicó notoriamente a sus socios guajiros como Luis Cotes y Gratiniano Gómez. Y como la mejor contraloría es la envidia, las mutuas denuncias no se hicieron esperar. Mientras el cónsul Terry Sanders estaba convencido de que había desvertebrado una de las redes de espionaje nazi más importantes de Sudamérica, se inició un proceso de cacería de brujas, chismes y delaciones que según González Zubiría fue la gran oportunidad para “quitar del medio a la competencia incómoda, al contradictor político, al deudor moroso o al vecino altanero”.

Finalmente, nada de esto pudo impedir que los submarinos nazis hundieran embarcaciones holandeses frente a las costas guajiras, como ocurrió con el buque Flora en 1942. Poco ha cambiado desde entonces. El canibalismo guajiro pervive hoy con igual vigor a través de la utilización o manipulación de fuerzas externas que invaden su campo social, a veces por voluntad propia, a veces por solicitudes desde adentro. Así la heterogénea sociedad regional guajira se ve debilitada en su capacidad de interlocución y negociación frente a los poderes centrales y ello le impide visionar un norte en común.

wilderguerra@gmail.com

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