Capitalismo progresista versus capitalismo popular

Daniel Mera Villamizar
09 de marzo de 2020 - 05:00 a. m.

Debatir con Stiglitz y Piketty es importante para 2022.

No es claro qué rótulo podrá competir con el “capitalismo progresista” de Stiglitz y con el “socialismo democrático” de Piketty, pero sí que se necesita una elaboración con filosofía liberal-conservadora distinta del llamado “neoliberalismo”.

Parafraseando a Keynes: los políticos de esta época, que creen no necesitar influencia intelectual, son generalmente seguidores de algún economista de moda (“Los hombres prácticos, que se creen libres de toda influencia intelectual, son generalmente esclavos de algún economista muerto”, dijo en 1936).

Economistas como Stiglitz y Piketty anhelan ser gurúes de los políticos en vida, no muertos. Pero fue una mujer política, Margaret Thatcher, la que tal vez más claramente dijo cómo atraer al electorado de la seducción marxista hacia el capitalismo: creando una sociedad de propietarios.

La idea del “capitalismo popular” tiene, pues, raigambre, más que “capitalismo democrático” o las más recientes de “capitalismo inclusivo”, “capitalismo de stakeholders” y “capitalismo consciente”. La “tercera vía” perdió credibilidad sin haber logrado una identidad cuando sus promotores estuvieron en el poder.

Lo primero sería tratar de establecer diferencias y similitudes fundamentales entre “capitalismo progresista” y “capitalismo popular”, sabiendo que en últimas lo que cuenta es la práctica. Y esta obedece al espíritu político. El espíritu del capitalismo que describió Weber hace más de un siglo ha variado, pero el de la política quizá no tanto.

Dice Stiglitz que “las economías capitalistas siempre han supuesto una mezcla de mercados privados y sector público. La pregunta no es si optar por uno u otro sino cómo combinar los dos con las mayores ventajas”. Suena a Perogrullo, pero él se permitió en su momento apoyar a Chávez, que claramente no entendía de la sutileza de esa combinación.

No fue un error de apreciación momentáneo. Su décima clave del capitalismo progresista (en un especial de El Espectador) aboga por “cambios drásticos” y descalifica explícitamente el “gradualismo”. En su sexta clave afirma que “la política y la economía no pueden ir separadas” y que la desigualdad económica burla la democracia. Por ende, la política debe dominar la economía.

En la visión de Stiglitz el principal problema son “los muy ricos” y el objetivo crucial es “una mayor igualdad en los ingresos” (cuarta clave). Una perspectiva de capitalismo popular diría, en contraste, que son el Estado (su corrupción, su ineficiencia, su captura) y la calidad de vida, respectivamente.

Acabar (“drásticamente”) la desigualdad económica no es lo mismo que construir una sociedad con mayor participación en los activos, que generan los ingresos. La propuesta de comprar el ingenio Incauca para entregarlo a los campesinos es capitalismo progresista; la de meter a cientos de pequeños propietarios de tierra en el negocio del azúcar en alianza con los ingenios sería capitalismo popular.

Aunque el nobel lo minimiza, reconoce que enfrentar la desigualdad educativa es parte de la solución. Pero la redistribución (vía impuestos y gasto), por muy agresiva que sea, no garantiza igualdad de oportunidades educativas (de calidad) sin un Estado correctamente regulador y prestador.

Los defensores del gradualismo tendremos que discutir nuestra propia definición, no la de Stiglitz (“las escasas modificaciones en nuestro sistema político y económico”), y precisar la naturaleza del capitalismo que queremos, ya que no nos convence lo que están proponiendo.

@DanielMeraV

 

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