Capos y Farc

Luis Carlos Vélez
20 de abril de 2015 - 12:43 a. m.

Fue un comando asesino especial, en el argot militar denominado los Pisasuaves.

Guerrilleros vestidos de negro arrastrándose como serpientes de la muerte esperando la debilidad de su presa. Reptiles que avanzan con el vientre rozando el suelo y se dirigen a sus víctimas motivados sólo por un deseo de sevicia y muerte.

Justo cuando se percataron del cansancio de la tropa, cuando la adrenalina del combate bajaba y el hambre producto del alimento insuficiente se hacía sentir, la atacaron. De treinta hombres, mataron 11 y dejaron heridos nueve. Los guerrilleros querían matarlos a todos, querían vengarse.

Todo parece indicar que la acción tomó por sorpresa a los negociadores en La Habana, quienes reaccionaron con la precisión de la ambigüedad en un comunicado que dejaba abierta la puerta a que se había tratado de una acción de defensa por parte de la guerrilla ante el acoso de las FF.MM. Nada más alejado de la realidad. La única verdad en este caso es que se trató de una venganza del narcotráfico. La Brigada Móvil de la Fuerza de Tarea Apolo estaba tras los pasos de alias Chichino, capo de la droga vestido de guerrillero, el cuarto jefe de la columna móvil Miller Perdomo. Los militares le estaban respirando en la nuca y en las últimas dos semanas habían roto su cadena de producción de cocaína tras dar de baja a dos guerrilleros que se encargaban de movilizar los insumos.

Así, queda claro que hay dos grupos muy disímiles en las Farc: los narcos puros y duros y los marginales que negocian en La Habana. Los que matan a nuestros soldados porque se les tiraron el negocio y los que intentan someterse a las indicaciones que salen de Cuba para crear cierta coherencia en Colombia mientras se negocia la paz. Ahora los segundos pagarán por los primeros. La acción violenta e inadmisible por parte de estos narcoguerrilleros volvió a prender los bombardeos de las FF.MM., que han comprobado ser el arma más útil contra la guerrilla. Este ataque es un grave retroceso en el desescalamiento del conflicto, ya que, teniendo en cuenta lo que acaba de pasar, no volverá a tener respaldo en la opinión publica.

Es evidente que no hay enemigo más grande para el proceso de paz que el ala narco de la guerrilla, esa que defiende a sangre y fuego los dólares que gana traficando con cocaína al mejor estilo de Pablo Escobar y que olvida que, una vez terminen las negociaciones en La Habana, será el pueblo el que apruebe o no lo discutido. Por lo tanto, el Gobierno debe dejar claro que no está negociando con los nuevos capos sanguinarios del narcotráfico. Tiene que trazar una línea para que no vuelva a pasar lo que ocurrió en el proceso de paz con los paramilitares, donde se colaron varios narcos. De lo contrario, el inmortal narcotráfico dará al traste con todo lo avanzado en este complejo proceso de paz.

 

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