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Caldero de Opinión

Cara a Cara

Columnista invitado EE: Julián Estrada Ochoa
11 de agosto de 2020 - 02:00 a. m.

Esta pandemia que estamos padeciendo, además de sus espantosos efectos fisiológicos, también nos ha borrado la mitad de la cara. No por costumbre cultural, como pasa con los velos femeninos islámicos, sino por ordenanza de los gobiernos, la obligatoriedad de taparnos el rostro a medias se nos convirtió en hábito. En el cuerpo humano, la cara marca una impronta en el individuo (él o ella), siendo su máxima esencia de identidad para presentarse ante sus semejantes; por lo tanto, tapar de la nariz para arriba, o para abajo, es una acción (voluntaria o involuntaria) que trastoca completamente el reconocimiento entre conocidos y su identificación cuando las circunstancias lo exigen. Una breve evaluación como parte fundamental del cuerpo humano nos permite mencionar al menos dos campos del conocimiento donde su rol es fundamental. Veamos: 1º) Para el mundo de las artes, en la pintura y en la fotografía, la cara es la inspiración obvia del retrato, cuyos resultados pretéritos y contemporáneos son incuestionables. 2º) En las disciplinas sociales, la antropología cultural norteamericana, en cabeza de Franz Boaz, trabajó durante muchos años analizando los gestos de algunas minorías étnicas (judíos, negros e italianos) habitantes de Nueva York, asumiendo que en comunidades de orígenes geográficos con inmensas distancias entre sus fronteras existían los mismos gestos faciales, cuyos significados algunas veces eran idénticos, otras tantas diametralmente diferentes, así: guiñar un ojo, subir las cejas, sacar la lengua, inflar las mejillas o fruncir los labios convierten la cara en un transmisor no solo de mensajes, sino que dichos gestos también denotan estados de ánimo (rabia, alegría, serenidad, tristeza, asombro), los cuales permiten elaborar observaciones muy específicas sobre la cultura.

Hoy, ante la realidad que estamos viviendo, el conspicuo tapabocas se ha convertido en otra prenda del atuendo cotidiano, que además de mutarnos el rostro nos afecta —y de qué manera— la espontaneidad del saludo gestual, la sonrisa amable, el gesto cortés de agradecimiento y, ante todo, nos afecta el gesto de felicidad cuando nos topamos con el familiar o el amigo; de igual manera, hoy el tapabocas impide la generación de diálogos y comentarios, donde la cara hasta hace muy poco tiempo era la principal protagonista. Basta mencionar expresiones como: ¿viste la cara que puso? No es sino verle la cara. Mira qué cara más linda. ¡Ponga la cara! ¿Cuándo es el careo? Se encontraron cara a cara. Y es esta última expresión denota la más obvia y evidente circunstancia del ser social en su periplo de existencia, expresada como tête à tête en la lengua de Voltaire, face to face en el diálogo shakespeariano o faccia a faccia en el poema dantesco; en cada una de dichas lenguas ella siempre está significando un encuentro fortuito o deliberado; en otras palabras, el cara a cara es rutina natural al trajín cotidiano entre personas de una misma comunidad. Así, la pandemia que estamos vivenciando parece un cuento de ficción de Bradbury o una mordaz novela de Saramago. Actualmente, ocho mil millones de personas ubicadas en los cuatro puntos cardinales del planeta se observan unos a otros en continuas imágenes que estremecen al más impávido y refuerzan el surgimiento de una nueva sociedad, donde todos sus individuos tienen media cara artificial y la otra media aparece paralizada, permitiéndonos percibir la existencia actual de una vida cotidiana completamente surrealista y fatal. La magnitud de los acontecimientos es agotadora, pasan los días y los meses y en cada minuto añoramos la libertad de aquella época, aún reciente, cuando congeniar y conversar eran manifestaciones intrínsecas a vivir en sociedad. Parece ser que el retorno a una normalidad tomará meses y tal vez años, dada la mezquindad que caracteriza a la mayoría de los líderes políticos de mayor influencia mundial; sin embargo, gracias a la ciencia y la tecnología que constituyen la impronta de la inteligencia humana, el enemigo invisible comienza a ser dominado y con optimismo moderado nos permitimos considerar que, en un futuro no muy lejano, recuperaremos nuestra naturaleza de seres sociales; es decir, volveremos a lugares donde espontáneamente se practicaba el hacinamiento, volveremos a conversar con desconocidos sin guardar distancia, volveremos a reír y estornudar espontáneamente y, lo más significativo, volveremos a recuperar nuestras caras para saludar con amable y efusiva sencillez a nuestro vecino y con un abrazo contagiado de cariño a nuestros mejores amigos.

Por Julián Estrada Ochoa

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