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Carta a las madres que perdieron a sus hijos

08 de mayo de 2021 - 01:12 p. m.

Lo primero que debo decirles es que el dolor que ustedes sienten es inenarrable. No hay forma de que un puñado de palabras, por más bien intencionadas y sentidas que sean, se acerquen a describir el horror de perder una hija o un hijo por culpa de nuestra violencia.

Perdón. Perdón por no hacer los suficiente para frenar la locura que se ha sembrado y esparcido en Colombia desde siempre. Sin embargo, quiero aprovechar este día para expresarles que muchos compatriotas sentimos sus pérdidas. Que sabemos con profunda honestidad que ustedes cambiarían sus vidas, por las vidas de sus hijos. Pues, perder a unhijo por enfermedad o por accidente es muy doloroso, pero perder a un hijo a causa del mar de plomo que es Colombia, es algo que va más allá del peor sufrimiento. Es algo que va contra la naturaleza y Colombia hoy es justo eso, un país contra natura. Es un país en el que antes de vivir, se sobrevive. Es un país en el que cientos de miles de madres sepultan a sus hijos y, con ellos, ustedes también sepultan gran parte de sus propias almas.

Tengo que confesarles que este infierno ha estado desde el inicio en nuestros campos. Cuando los campesinos más pobres quisieron tener un puñado de tierra para sembrar su propia comida, por allá en 1888, los grandes usurpadores de hectáreas decidieron negarles esa oportunidad. Respondieron masacrando familias enteras. Incluso, hay estudiosos que ubican allí el origen del paramilitarismo; pues, los dueños del poder armaron ejércitos de asesinos para recobrar las migajas de sus fincas y haciendas, las mismas que hoy les pertenecen a señores de apellidos reconocidos y que mucha prensa llama “polémicos empresarios”. Claro, esas familias no nos dolieron mucho, porque en este país sangrante si la violencia no salpica mis paredes, no es conmigo.

Del mismo modo, madres, sucedió en la nación rural durante todo el siglo XX. En las veredas y en los campos la guerra convirtió las trochas y las aguas en ríos de sangre. Pero poco o nada nos llegaba, ni nos llega. Los medios de comunicación no se dedican a eso. Nuestra tradición ha sido creer que Colombia es Bogotá y una que otra ciudad más. Eso sí, conocemos esas pocas ciudades sólo cuando pasa una tragedia o cuando una familia de políticos paga millonadas para que los noticieros hagan especiales amañados sobre lo “bien” que esa familia gobierna.

Siempre nos han creído caídos del zarzo. Por eso cuando sus ríos rojos se salieron de cauce, ellos pensaron que no lo íbamos a notar, pero la inundación llegó a las capitales con una fuerza pavorosa en este nuevo siglo. Las madres de los hijos asesinados con armas estatales, mal llamados falsos positivos, marcaron nuestra historia reciente con más de 6402 hijos ejecutados. Aquí, la cosa cambió. Aunque la indolencia se mantiene en muchos compatriotas, y eso no puedo obviarlo, la dignidad inquebrantable de las Madres de Soacha ha sido mayor a esa indolencia. Eso nos despertó. Eso nos hizo pensar que podía ser un hijo, un primo o un hermano el que fuese secuestrado y fusilado por el Ejército Nacional de Colombia. Eso, al fin, nos salpicó las paredes.

Sus dolores, ahora, los sentimos más cercanos. Ahora sus palabras, sus llantos y sus silencios están en nuestras casas y mesas. Ya no podemos mirar para otro lado y así, con esos sentires en casi toda nuestra geografía, nos llegó el dolor de Yenni Medina. Ella, desde la manifestación del 21 de noviembre de 2019, perdió parte de su vida cuando asesinaron a su hijo Dilan Cruz. El desconsuelo de Yenni no lo olvidamos. Lo llevamos en nuestras noches de insomnio y ansiedad, las cuales se incrementaron con muchas madres más en estos últimos días. El terror desbocado de hoy lo sentimos gracias a la difusión por redes sociales y al periodismo comprometido. Gracias a eso, los padecimientos de las madres de Nicolás Guerrero, Lucas Villa (aun peleándola con pronóstico reservado), Brahian Rojas, los jóvenes de Siloé, los policías y los civiles asesinados son, también, nuestros padecimientos. Sus dolores dejaron de ser regionales, nos duelen las madres de Pereira, nos duelen las madres de Cali, nos duelen las madres de Medellín, nos duelen las madres deLeticia… nos duelen las madres de Colombia.

Madres mías, no quiero quitarles más tiempo, por lo que les reitero que mi intención no fue otra que la de lavar sus heridas, limpiar sus llagas incurables y, con palabras, ponerles un vendaje nuevo. En este vendaje, créanme, van las manos de millones de colombianos.

Con toda mi compañía en sus dolores.

 

Flor(3922)09 de mayo de 2021 - 11:44 p. m.
Magnífico mensaje para algunas de los millones de madres atormentadas en Colombia. Sus hijos les han sido arrebatados por todas las violencias: los asesinatos presentados ilegítimamente como guerrilleros muertos en combate (FP), la brutalidad policial, la injusticia, la falta de oportunidades,la pobreza, etc.
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