Carta abierta de una médica colombiana a la sociedad

Columnista invitada
19 de mayo de 2020 - 05:14 p. m.

Por: María Claudia Ortega López MD-Esp

Como un resultado de la actual pandemia por coronavirus – COVID-19, los médicos y los trabajadores de la salud hemos vuelto a ser considerados por nuestros congéneres como seres fundamentales de la estructura, desempeño y desarrollo de una sociedad sana y equilibrada en términos físicos y psicosociales.

A principios de los años 90 nace la Ley 100 como una herramienta jurídica al servicio de la ciudadanía en favor de la salud de todos los connacionales. Su espíritu no puede ser más noble; cobertura y atención en salud integral para toda la población, obtenida bien sea por la capacidad de pago de cada individuo laboralmente activo en el régimen contributivo o como beneficiario del régimen subsidiado (SISBEN). En términos generales, hoy todos tenemos atención en salud de alta calidad y de lejos, sobresaliente con respecto a la mayoría de nuestros vecinos en la región.

¡Merecido aplauso; ha sido un esfuerzo inmenso!

Pero contrario al juego: “todos ponen, todos ganan”, el personal de salud y los médicos en particular somos los que “hemos puesto” de manera solidaria, paciente y silenciosa, esperanzados también en ganar. En este contexto, la inversión de nuestros recursos económicos, de nuestras propias familias o a través de onerosos préstamos, sumado al esfuerzo humano de lo que significa invertir hasta más de trece años de nuestras vidas para poder ejercer como supra especialistas, no lo hemos visto compensado en la misma proporción esperada, distinto al aplauso coyuntural ante una grave amenaza. “Cuando el avión se cae, el ateo reza”.

Cómo nos gustaría que nuestros pacientes nos trataran con el mismo cariño y respeto de siempre. Cómo nos gustaría que existiera la misma solidaridad y entendimiento cuando nuestros horarios no están en punto.

Cómo nos gustaría que fuéramos nuevamente admiramos y considerados.

Cómo nos gustaría que nuestras contrataciones fueran acordes con el esfuerzo y reflejaran una compensación digna y oportuna.

Cómo nos gustaría que sus aplausos fueran permanentes en el tiempo y que nuestro gobierno entienda que ese aplauso debe traducirse en bienestar para nuestras familias, como resultado de una vida laboral digna, propia de una sociedad civilizada, con necesidades sentidas de atención humana, técnica, suficiente, pertinente y oportuna, reflejo de unas políticas coherentes y acordes con lo sublime del Acto Médico.

Cómo nos gustaría también que toda la sociedad entienda por qué somos esenciales e indispensables en toda la línea del tiempo.

Como humanidad, estamos viviendo el mayor desafío desde la peste negra en el siglo XIV, debatiéndonos entre la extinción y la esperanza, con una diferencia sustancial; nuestro enemigo ya no es la ignorancia, nuestro peor enemigo como especie es la falta de solidaridad y conciencia. Nosotros como individuos sociales comprometidos con la salud estamos contribuyendo con este desafío, pero si la sociedad no mantiene su apoyo constante y exige la solución de las necesidades de quienes hemos aportado al sistema y a la noble Ley 100 de 1993, es probable que no podamos superar éste y otros desafíos venideros.

Respectados lectores, con esta carta pretendo llamar su atención permanente como sociedad, misma que cada noche, muy generosamente, ha decidido ofrecer un aplauso por nuestra ardua labor que para nosotros es cotidiana, pero que en este momento histórico y difícil de la situación mundial, se siente y se analiza tal vez, por la inminente posibilidad de contagio y sus fatales consecuencias, como algo extraordinario. Para nosotros, quienes cuidamos de su salud y quienes salvamos sus vidas, seguimos “poniendo” como algo ordinario y en el fondo deseamos que sus aplausos se transformen en algo extraordinario para nuestro bienestar y el de nuestras familias.

Agradecemos su reconocimiento de manera indefinida, su respeto permanente, su apoyo incondicional y oportuno para que, de común acuerdo, podamos realizar los ajustes necesarios y los cambios fundamentales.

Con sentimientos de respeto,

 

María Claudia Ortega López MD-Esp

Pediatra – Alergóloga – Inmunóloga Clínica
Especialista en Gestión Aplicada a los Servicios de Salud
Académica correspondiente Academia Nacional de Medicina – Colombia
Presidente Fundadora Fundación Alejandra Ortega López
Docente Asociada Facultad de Medicina – FUCS – Departamento de Pediatría
Alergóloga – Inmunóloga Clínica Hospital Infantil Universitario de San José
Inmunóloga Clínica – Pediátrica Hospital Fundación Santa Fe de Bogotá

 

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