Carta abierta a Santos, Londoño y de la Calle

Columnista invitado EE
02 de diciembre de 2019 - 09:17 p. m.

Señores:

Juan Manuel Santos  

Rodrigo Londoño

Humberto de la Calle

Lo primero que debo decirles es que ustedes acabaron el miedo de un país. Con el Acuerdo Final entramos a una nueva etapa que, por contemporánea, no deja de tener un peso histórico similar al de la Independencia. Hace 200 años y monedas la paz se hizo presente para beneficio plural y ustedes, ese pasado 24 de noviembre de 2016, firmaron 310 páginas y silenciaron el estruendo horroroso de los fusiles para que el inconformismo de todas las clases sociales, desde los que ganan menos del paupérrimo salario mínimo hasta los congresistas, hoy marcharan libres al son de la cacerola.   

Aquí debo parafrasear a Rafael Núñez, cuya obra ustedes conocen muy bien, para decirles que la única forma de obtener la libertad nacional es, justamente, la búsqueda de un sol que alumbre a todos. Y ese sol no es otro que el Acuerdo Final entre el gobierno que lideró usted, Juan Manuel, y las Farc que, contra todo el fuego mediático incendiario, entendieron la necesidad de continuar su lucha sin armas. Ahí, el papel de ustedes, Humberto y Rodrigo, fue trascendental.

Y sí, han existido dolores infrahumanos después del acuerdo. Los brotes genocidas para eliminar sistemáticamente al enemigo desarmado no dan tregua, pero ustedes siguen firmes y eso merece el agradecimiento eterno. Sin ustedes, sin sus esfuerzos, hoy todos los que marchan tendrían el título infundado de terroristas. Con las Farc en armas el clamor que se ha sentido desde el 21 de noviembre hubiese sido política, brutal y mediáticamente reprimido. Porque sin el Acuerdo Final, cada uno de los marchantes o de los miembros honorarios de la banda del cacerolazo nacional, al mínimo paso o cucharazo, hubiese sido matriculado en las filas “terroristas” por atreverse a pensar y protestar en público. Por eso, por ese legado que ya se recoge en apenas tres años de la firma del Acuerdo Final, quiero ofrendarles un abrazo fraterno en nombre mío y de mi familia. No puedo hablar por más, pero sé que son muchos los que están en consonancia con estas palabras.

En una gestación un poco disruptiva con la familia tradicional, ustedes tres crearon un hijo con tres padres y una sola madre. Ustedes evidentemente son los papás, la mamá de ese hijo no es otra que nuestra madre patria: Colombia. Ustedes, para citar a otro grande, pero de la torpeza colombiana, son los padrinos de ese muchacho. Ese muchacho se llama Acuerdo Final y es un logro cuya dimensión histórica rebatirá cualquier crítica. Ustedes tres lograron arrebatarle la venda de los ojos a todo un país que hoy marcha sin miedo. Que hoy toma esas voces que poco se escuchan en las ciudades, toma esas demandas rurales y las lleva a la Casa de Nariño.

Gracias a sus voluntades sociales, Colombia despertó. Hoy tenemos una sociedad más crítica, que no teme; que, para decirlo en un lenguaje más alejado de Juan Manuel y más cercano a Rodrigo Londoño, no traga entero. El reto nacional es de todos, ustedes nos despejaron el camino de fantasmas inexistentes que se expandieron en la zozobra de la guerra. Aun muertos Chávez y Fidel, muchos se espantaban con algo inexistente maquiavélicamente bautizado como castrochavismo, pero esa horrible noche cesó con la llegada del balígrafo.

Hoy las calles colombianas, las trochas, las plazas, las estatuas, las ventanas, las universidades, los colegios y demás espacios se llenan de colombianos críticos. El espíritu del ejército patriota volvió en los marchantes, quienes buscan una libertad definitiva y, como sucedió en 1810, vivimos un movimiento mundial que ya no es estrictamente independentista, pero sí libertario. Ecuador, Chile, Bolivia, Venezuela, Brasil y Argentina protestaban antes y nosotros lo hacíamos muy poco, pero con el miedo en el olvido, hoy marchamos ––cacerola en mano–– para buscar reformas y construir juntos un mejor país. Hoy, si no lo han notado, nadie culpa a las Farc de nada y eso, que no se satanice todo en un único enemigo y se critique más al gobierno; eso, es sin duda un triunfo enorme de ustedes tres. El control político hoy es más ciudadano que nunca gracias al Acuerdo Final y Colombia por fin se está pensando como región continental. Por lo tanto, creo no tergiversar las palabras que Lula de puño y letra le entregó a Alberto Fernández en su triunfo de las pasadas elecciones. Lula redactó: “América Latina poco a poco va reencontrando sus lazos de fraternidad y respeto”. En nuestro caso, por la paz firmada que permitió las marchas, por las marchas que acabaron esa división horrenda de estratos sociales y al unísono de la cacerola claman un gobierno a la altura de su ciudadanía; por todo eso, puedo decir que Colombia “poco a poco va reencontrando sus lazos de fraternidad y respeto”.

Sí, también les debo hablar de dolor. Después del Acuerdo Final hemos sufrido muchas muertes. Niños bombardeados, adolescentes masacrados, policías aniquilados, líderes sociales cazados, excombatientes fusilados, soldados orillados al suicidio por la presión que causa atreverse a cuestionar órdenes y soldados fusilados por grupos delincuenciales que se resisten a tomar el riesgo de pelear sin armas. Pero hoy, como nunca antes en los años de guerra, sentimos muchísimo más el dolor ajeno como propio. Ese es otro triunfo más del Acuerdo Final, porque nuestra patria ha dejado de ser indolente.

Faltan muchas batallas por dar, pero justamente podemos batallar como nación por el compromiso que ustedes asumieron con todos nosotros. No me queda nada más que agradecerles de nuevo y decirles que hoy la imagen que baja de La Paz, va a Buenos Aires, sigue a Santiago, sube a Brasilia, sigue hasta Quito, atraviesa toda Colombia para llegar a Caracas y se devuelve para fijarse en Bogotá, es la imagen que dibujó un poeta latinoamericano nacido en una tierra que antes fue colombiana: Rubén Blades. Ese Maestro del verso dibujó con palabras autóctonas y ritmo latino la imagen que se ve en cada una de las marchas: “En medio del plástico también se ven las caras de esperanza. Se ven las caras orgullosas que trabajan por una Latinoamérica unida y por un mañana de esperanza y de libertad… Se ven las caras de trabajo y de sudor / de gente de carne y hueso que no se vendió. / De gente trabajando buscando el nuevo camino / orgullosa de su herencia y de ser latino. / De una raza unida, la que Bolívar soñó”.

Con admiración inmarcesible,

Farouk Caballero

 

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