¿Carta blanca a la bellaquería?

Mauricio Botero Caicedo
23 de febrero de 2020 - 05:00 a. m.

Joseph Goebbels, artífice del aparato propagandístico nazi, tenía varios mandamientos. Uno de ellos era: “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”. Otro era el Principio de Orquestación: “La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas”. De aquí viene también la famosa frase: “Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”.

Se traen a colación los mandamientos de Goebbels porque hace unas semanas, en Candelaria (Valle), el senador y excandidato presidencial Gustavo Petro regresó con su acostumbrado discurso incendiario e infundado, y se refirió en términos acusatorios de criminalidad al sector azucarero vallecaucano. En palabras textuales dijo: “A esta mafia política asesina también la están apoyando, además del presidente, los grandes consorcios del azúcar y de la caña que nos rodean... son los políticos de los empresarios de la caña de azúcar los que están asesinando en el Valle del Cauca...”.

El delito de odio o fomento de la violencia contra grupos o personas determinadas por motivos racistas, étnicos, ideológicos, religiosos, etc., está castigado en el Código Penal con pena de prisión de uno a cuatro años. Dentro de las conductas que castiga el tipo básico del delito de odio están las siguientes: “Quienes públicamente fomenten, promuevan o inciten directa o indirectamente al odio, hostilidad, discriminación o violencia contra un grupo, una parte del mismo o contra una persona determinada por razón de su pertenencia a aquel, por motivos racistas, antisemitas u otros referentes a la ideología, religión o creencias, situación familiar, la pertenencia de sus miembros a una etnia, raza o nación, su origen nacional, su sexo, orientación o identidad sexual, por razones de género, enfermedad o discapacidad”. Es obvio que el discurso de Gustavo Petro encaja dentro del delito de odio, y la Fiscalía, de oficio, debería proceder a investigar esta grave violación a la ley. Pero podemos tener la casi absoluta certeza de que la Fiscalía no se va a mover, confirmando lo que el país ya sabe: los bellacos, en Colombia, tienen carta blanca para violar la ley con total impunidad.

Tampoco sorprende, como lo señala en reciente artículo el analista Guillermo Ulloa, que ante tan graves acusaciones los gremios hubieran guardado absoluto silencio. Posiblemente consideran que pasar de agache y poner la otra mejilla es la mejor y la más sabia de las opciones. La raya que separa a los prudentes de los pusilánimes jamás había sido tan fina.

Apostilla. La cárcel de El Helicoide en Caracas es tan peligrosa que hace ver a La Picota como un Four Seasons. Aida Merlano cantará hasta la última nota las partituras que le señalen sus carceleros: Nicolás Maduro y Diosdado Cabello. Con base en el teledirigido canturreo de esta pícara mitómana —burdo, pero de todas formas montaje—, los guardianes de la Merlano le han dado instrucciones a un correveidile de Petro de acusar penalmente a Duque.

 

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