Carta a L.

Andrés Hoyos
24 de octubre de 2018 - 07:55 a. m.

Querida L., fue muy grato pasar aunque solo fueran unas horas contigo hace 15 días en aquel evento local al que te dignaste venir. No tuvimos ocasión de hablar de política local, y como sé que el tema te interesa moderadamente —así ahora andes obsesionada con los pasos de animal grande que da Bolsonaro en tu vecindario—, van las coordenadas de mi actual perplejidad.

Cosas muy raras están pasando en la Macondo expandida en la que por momentos se convierte Colombia. Empecemos, si quieres, por la cabeza, que para algunos es apenas aparente: el presidente Duque. No es del todo inhábil, da gusto de a pocos y recibe apoyos tibios aquí y allá. Todavía no pasa por el Congreso ningún proyecto de peso. Será entonces cuando sabremos cuánto poder tiene y si su cuento de gobernar con menos mermelada —con cero es imposible— va en serio o no. El CD, su partido, no es ningún disco compacto, sino uno bastante rayado y disperso. Un día Ernesto Macías —presidente del Senado, miembro de la bancada y correveidile de Álvaro Uribe— le endulza el oído a Duque diciéndole que quiere prolongar su mandato un año. ¿Por qué? Respuesta breve: por joder, por envenenar el ambiente.

Resurge, después de recibir una paliza electoral de proporciones, don Germán Vargas Lleras, ahora por fin dueño de Cambio Radical, un partido con una trayectoria impresentable de la cual el hombre quiso alejarse durante la campaña, quedándose sin el pan y sin el queso. Pues bien, don Germán funge de presidente desde las páginas de El Tiempo: hagan esto, deshagan aquello, bájenme ese mango maduro de allá. En una de esas lanza al ruedo a su primera dama, la hasta ayer muda Luz María Zapata, quien fiel a la tradición de la casa dice que blanco es negro y que malhaya el machista que dude de la autonomía de su inconstitucional teoría de “unificar las elecciones”, léase prolongar a las malas el mandato de alcaldes y gobernadores, idea que jamás de los jamases consultó con su marido. Vargas Lleras como que no ha oído el viejo chiste: cuando esté en un hueco, mejor deje de cavar.

Unificar los calendarios electorales es un desatino colosal porque, aparte de negarles derechos a los votantes, aumentaría la inestabilidad política en Colombia. Los eventuales triunfos y derrotas tendrían proporciones sísmicas y no se podría enderezar nada antes de cuatro años. ¿Qué pasa? Que los políticos tradicionales, conscientes de que llevan las de perder en 2019 y 2022, están angustiados. Yo llegué a pensar que tenían buenos candidatos, pero parece que no están nada seguros.

Duque y la vicepresidenta ya han dicho que no le jalan a los cambios de calendario, de modo que los propulsores de la unificación de fechas saben que no da un brinco. Han de estar buscando algún propósito oculto, algo así como un resultado de carambola; más difícil es saber cuál. Sospecho que quieren desviar la atención. ¿De qué, de la legislación anticorrupción, de los aspectos viables de la reforma política? No lo sé. Alivia en todo caso que la derecha colombiana en sus múltiples facetas no tenga un plan unificado.

Pasando al centro que, como sabes, es la posición política que me atrae, me parece crucial que Sergio Fajardo sea el jefe de campaña de Claudia López para la Alcaldía Bogotá. Eso le daría una exposición no excesiva, y si ganan, lo que es probable, Sergio se catapulta. Por eso mismo hay que oponerse de patas y manos a que pospongan las elecciones del año entrante. Un abrazo,

andreshoyos@elmalpensante.com

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