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Macrolingotes

Casas y Álvaro Gómez

Óscar Alarcón
01 de septiembre de 2020 - 05:00 a. m.

Mucho he aprendido leyendo el libro de Alberto Casas, Memorias de un pesimista. Es un repaso de nuestra historia a partir de 1810 desde su perspectiva, que no es la mía, pero que la relata en forma agradable y bien escrita. Allí, según Casas, nacieron el Sí y el No. Además, el libro es una confesión de fe y de amistad hacia un personaje, Álvaro Gómez, que según él y otros colombianos mereció ser presidente de la República. Pero allí no lo dice, a pesar de que lo ha repetido y escrito infinidad de veces.

Cuando Alfonso López Michelsen y Álvaro Gómez se lanzaron a la Presidencia en 1974, publiqué en este periódico una serie de artículos en donde cuestionaba un proyecto de reforma constitucional patrocinado por el gobierno de Laureano Gómez y Urdaneta Arbeláez. El propósito era recordar el talante conservador y el pensamiento de Álvaro Gómez durante el gobierno de su padre. Ganó López y años después, de manera sorpresiva, me llamó Alberto Casas a invitarme a un almuerzo para que conociera a Álvaro Gómez. Fue un encuentro muy agradable en donde intercambiamos opiniones sobre la concepción del Estado y de los gobiernos, muy diferentes de aquellas que él había defendido por los años 50, cuando gobernaban su padre y Urdaneta.

El encuentro se dio cuando gobernaba Belisario Betancur y Gómez era el designado. Al salir de aquella larga charla escuché en la radio que el presidente había sido intervenido en la clínica Santafé. En esa época no existían los celulares y he llegado a pensar que probablemente, ante la circunstancia de haberle aplicado anestesia a Betancur, habrían estado buscando infructuosamente al designado, pero al no encontrarlo, por hallarse con Casas y conmigo, no pudo posesionarse como presidente encargado. Entonces en esa época no pudo cumplirse el deseo de su amigo y de muchos de sus admiradores de haberlo visto como presidente, así fuera en condición de designado.

En su libro, Casas no cuenta esta anécdota, quizá porque no la tiene en su memoria de pesimista, pero yo la tengo muy presente, como buen optimista.

Es que el pesimista es un optimista con mala memoria.

 

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