Cercas y la complejidad del mal

Héctor Abad Faciolince
26 de enero de 2020 - 05:00 a. m.

Lo más difícil al hacer la reseña de una novela negra, o policíaca, y al querer invitar a otros lectores a leerla, es no dañar esa lectura con spoilers. Algo se puede contar, pero muy poco, pues la construcción del suspenso en una novela así (¿quién es el asesino y por qué mató el que mató?) es un trabajo de colaboración entre el que lee el texto y quien lo escribió. Dice uno de los personajes de Terra Alta, la novela de Javier Cercas que ganó el último Premio Planeta, que la mitad de una novela la pone el escritor y la otra mitad la encuentra o la construye el lector. Sin ese diálogo interno, sin ese combate entre los datos de la historia y el olfato y la intuición de quien lee, buena parte del pacto entre el escritor y los lectores se pierde. Trataré de decir, entonces, qué es lo que veo en este libro, sin contar demasiado de su trama.

Patricia Highsmith, en un ensayo muy útil (“Suspense” Cómo se escribe una novela de intriga), señala que en este tipo de novela “suele producirse un cambio drástico en el héroe o la heroína; su carácter evoluciona, cambia, mejora o se viene abajo”. Esta condición se cumple a cabalidad en la novela de Cercas: su héroe, Melchor Marín, un policía de Barcelona a quien han trasladado a un remoto pueblo en las montañas, en el culo del mundo, a un sitio donde nunca pasa nada, sufre a lo largo de la historia varias metamorfosis o transfiguraciones. Es noble y villano, crece como un héroe y también se derrumba como un humano. Nunca está seguro de su bondad y de su maldad; ni él ni los lectores, en realidad, pues nunca sabemos si en ciertas circunstancias él no sería tan malo como los malos de verdad. Y si nosotros no lo seríamos también.

Y esta dificultad, esta complejidad del protagonista de la novela, se extiende a casi todos los demás personajes. Estamos frente a un grupo humano lleno de matices, y cuando aparecen la vanidad, la frivolidad, el odio, la sed de venganza, el resentimiento que no se apaga nunca, Cercas consigue dar a las flaquezas y a las pasiones humanas explicaciones que no son banales y que nos obligan a ser un poco ellos si nos ponemos en su misma situación. Quizá sea este el efecto transformador más importante que tienen las novelas, y de hecho en esta historia el mismo protagonista, Melchor, es alguien que ha sido no solo sacudido, sino transformado hasta la médula por la lectura reiterada de otra novela: Los miserables de Victor Hugo. Este dato, para los que hemos leído con pasión la gran novela del francés, eleva la lectura de Terra Alta a una segunda potencia.

Hay cierta dignidad en quien comete un crimen con sus propias manos. La hay en quien ataca o se defiende solo. Pero vivimos tiempos en que los jefes de Estado no van a la guerra, y ni siquiera los generales de los ejércitos. La guerra sucia la hacen los demás. La palabra “sicario”, que es clásica y contemporánea a la vez, se ha vuelto fundamental pues quienes matan ya no matan: contratan, pagan por matar. El sicario es una herramienta en sus manos, no muy distinta a la pistola que dispara o al cuchillo que hiere. Estamos hoy, casi siempre, frente a malévolos que nos parecen pulcros, limpios, incluso desvalidos. Pero que tienen el poder y el dominio sobre ciertas “armas humanas” que se encargan de matar o de hacer el mal. El mal, e incluso el bien (si es bien o mal) se comete a distancia. Con muchachos o con jóvenes policías contratados por ciudadanos o por el Estado.

Leí Terra Alta en dos días y en dos sentadas, sin sentirme casi ni respirar. Una vez más Javier Cercas, en algo que parece desviación y divertimento de su obra central, nos plantea con más sencillez la misma pregunta compleja de su obra fundamental: ¿son tan malos los malos y tan buenos los buenos? La respuesta, si existe, es de una enorme complejidad. Lo que llamamos “buenos sentimientos”, el amor al padre y a la madre, por ejemplo, o a los hijos y a la esposa, ¿hasta dónde nos pueden llevar?

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