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Cero representación

Ana María Cano Posada
08 de mayo de 2015 - 04:00 a. m.

ESTA IMAGEN REVELA EL EMPOBREcimiento de la educación. Una cúpula de maestros sindicalistas de Colombia conformada por 15 hombres que representan a un magisterio que en un 70 por ciento son mujeres, que de los 15 la mayoría están jubilados y tienen el escalafón 14 que es el tope salarial.

Ellos enfrentan a una ministra de Educación, Gina Parody, que viene de manejar al SENA, a un ministro de Trabajo, Lucho Garzón, que ha hecho papeles diversos, desde alcalde hasta antiguo opositor, y a un ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, que es figura de la economía pura y dura en un país de economistas severos. El día del trabajo de este 2015 electoral se sientan a negociar el futuro de los maestros y, por supuesto, el de sus alumnos. 
 
Parten de dos puntos: un desnivel salarial que está entre 7 y 18 por ciento por debajo del resto de las profesiones y de su desacuerdo con que sea evaluado su nivel. Fecode, el sindicato de educadores, representa a 150 mil maestros oficiales y recibe como organización 2.500 millones de pesos mensuales de sus afiliados. En esa representación que obra en el lugar de la educación en Colombia, no figura la discusión de fondo que hace décadas se posterga sobre cuál debe ser el contenido y el sentido de lo que reciban nueve millones de niños en escuelas y colegios hoy en día.
 
Detrás de la desigualdad salarial, de la pobre calidad de la salud para los maestros y de su incomodidad con la evaluación a la que someten su clasificación en escalafones, aparece la perniciosa condición de año electoral que pervierte, condiciona. José Fernando Isaza, exrector de la Universidad Tadeo Lozano, cita en su columna de este diario a un veterano sindicalista que se opone a los ascensos por méritos porque justifica su labor de promover y defender a los maestros regulares y malos, porque a los buenos los defiende la institución. Todo apunta así a desahuciar la educación a la mediocridad como raíz de los males colombianos.
 
Si se les aumenta el 12 por ciento a los maestros, si se les dan bonificaciones, si se les paga en un año, aunque hacen justicia, estos asuntos soslayan la discusión de fondo. De aquel informe “Tras la excelencia docente”, de la Fundación Compartir, publicado en febrero de 2014, que ahonda en el asunto y al que el presidente Juan Manuel Santos dijo volver política de estado, no se ha hecho otra cosa que postergar el problema.
 
Colombia ha puesto todos sus huevos en la canasta de la guerra y la primera abatida ha sido la educación.
 
La incomodidad con esa primera fila que abandera la educación colombiana revela el atraso y la reprobación del tema cuando pretendería ser el punto de quiebre de una sociedad que busca reconstruirse. La explicación puede estar en el diccionario que define qué es representación: una cosa que representa a otra; figura, imagen o idea que sustituye a la realidad. Es el por qué al verse el ciudadano común reflejado en unos personajes que figuran en su lugar y que no encarnan sus ideas ni sus intereses, la distancia aumenta y la representación se anula.
 
Mientras tambalea la educación y se destapa la corrupción militar en la venta de armas oficiales a la guerrilla, junto a chanchullos por 24 mil millones de pesos en falsificación de diagnósticos para indemnizar a uniformados, los cientos de candidatos locales hacen maromas en la cuerda floja al situarse al lado de sus antiguos enemigos para ganar ellos la representación. Pero de los representados, cero.
 
(Esta columna reaparecerá el 19 de junio)
Twitter @anacanoposada

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