Cézanne y la pintura al aire libre

Enrique Aparicio
27 de mayo de 2018 - 04:00 a. m.

Adentrarse en la Provenza, cuya capital es Aix-en-Provence, es un reto sensual. Esa es una ciudad pequeña, muy bonita. La atraviesa una avenida proporcional a su tamaño, cours Mirabou, con restaurantes de otra época y comida excelente. En el caso que nos ocupa, como diría algún abogado, era el comienzo de una tarde de verano, con una brisa que despertaba hasta los sentidos más dormidos y la magia adornaba los colores provenzales con olor de lavanda y jazmín.

Mi novia había llegado primero al restaurante-café Los dos hermanos, al final de la avenida. El ambiente era mensajero de lo más preciado del ser humano, el amor por la vida (me excusan la veleidad romántica).

Fue en este territorio que Paul Cézanne (1839-1906), el gran pintor, el hombre que trazó una línea entre el impresionismo y el modernismo, formó parte de un movimiento artístico que, al encontrar una nueva forma de ver la realidad, se enriquecía y se volvía más tolerante. Con él, el modernismo y el cubismo (léase Picasso) encontraron su valor artístico.

Para un transeúnte que ni es pintor y ni intelectual del mundo del arte, como yo, la escuela impresionista está representada por un individuo que desde temprano sale al campo con su caballete a pintar los paisajes, a buscar lo esencial en la naturaleza.

Cézanne se podría definir como un rebelde preocupado por complacer a su padre, sin abandonar su pasión, la pintura. Su progenitor, un banquero muy rico, insistía en que Paul debería seguir la carrera de abogado para colaborar en los negocios familiares, y no dedicarse a la pintura. Esta alma, que empezaba a vivir las contradicciones de su futuro entre lo que no quería y lo que le gustaba, buscó negociar. Calladamente aceptó vincularse al negocio de su padre y comenzó a estudiar leyes en Aix, pero sin dejar sus clases de pintura en un instituto local.

La historia cuenta que, gracias al apoyo de su madre, este rebelde incorregible logró mudarse a París e iniciar su carrera artística. Se presentó a la escuela de Bellas Artes, el sitio más selecto para estudiar pintura, pero fue rechazado, por lo que se enroló en la Escuela Suiza donde estudiaría para prepararse de nuevo a ensayar la entrada al templo del estudio del arte. Nuevamente el éxito no lo acompañó y recibió copiosas críticas. Leyendo sobre su vida resalta esa duda que todos podemos tener al no creer en nuestras propias habilidades.

Abandonó la capital francesa y se refugió en su ciudad natal donde pudo dar rienda suelta a su forma personal de expresión.  Como dijo: “Pintar es lo que me gusta y donde me siento honrando”. Su amigo Camille Pissarro le ayudó a aclarar su paleta y lo interesó en el bodegón y el paisaje, gustos que los acompañarían hasta su muerte.

Cézanne se fue desarrollando como un ser poco sociable, pero mantuvo un norte en la pintura al aire libre para capturar el contenido de la naturaleza, lo que conllevan los colores y especialmente el manejo de la luz. Sin embargo, se fue alejando cada vez más de las corrientes expresionistas e impresionistas.  Empezó a plantearse un modo de pintar que respondía a la esencia de la realidad.  Como él mismo expresó: "Pintar al natural no supone copiar el objeto, sino materializar las sensaciones propias".  Estaba naciendo el posimpresionismo.

Antes de seguir, anotemos una brevísima descripción del “centro de operaciones” del pintor, Aix-en-Provence, donde el tiempo ha pasado amable, sin brusquedad. La arquitectura conserva esas líneas clásicas del estilo francés, donde el placer encuentra su sitio. El mercado está lleno de los multicolores de la Provenza, como la lavanda, los amarillos quemados de los girasoles, los verdes o la verbena, que quieren dar continuidad a una primavera y verano eternos.

Los bellos paisajes de la Provenza cercanos a Aix retuvieron su atención. Podemos nombrar al pequeño pueblo de Tholonet, un sitio llamado el Castillo Negro y a su inseparable montaña, la Santa Victoria, que aparece en una gran cantidad de cuadros. Esta última le sirvió como una forma de manejar la distancia en el cuadro, de darle perspectiva.

El 15 de octubre de 1906 Cézanne salió a pintar al campo. Lo sorprendieron unas copiosas lluvias. El artista se desmayó y un campesino lo llevó hasta su casa en una carretilla.  Falleció una semana después de una neumonía.

Ya desde 1900 sus cuadros se comenzaron a valorar y vender. Uno de los mayores reconocimientos se lo dio Picasso, quien dijo que el único y gran maestro que había tenido había sido Cézanne. Y es que, en realidad, ningún otro pintor ha ejercido mayor influencia en sus contemporáneos y sucesores.  Su manejo del color y de la forma, así como sus composiciones, rompieron con los estilos vigentes en su época.

Todo esto desde el encantador escenario que ofrecen Aix-en-Provence y sus alrededores, como mi novia bien apuntó mientras terminábamos nuestra comida en uno de los cafés más emblemáticos de esa ciudad.

YouTube:

https://youtu.be/VCEtKWqKPKY

Que tenga un domingo amable.

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