Chambonada

Lorenzo Madrigal
12 de junio de 2017 - 02:00 a. m.

Desentendido de lo que firma, no tenemos un presidente víctima del temible Alzheimer, como a fe que lo hemos tenido. Por el contrario, don Juan Manuel Santos ostenta una elegante lucidez, además de vérsele impecable en sus trajes bien confeccionados (esto, cuando está en Bogotá), en sus corbatas de tono desvaído, que impuso como moda a sus incondicionales, así como la palomita, esa sí ya cansona, de tanta solapa burocrática.

Santos, el segundo de la estirpe y ya el único para la historia patria, pues la partió en dos: antes éramos Colombia, ahora somos parte de La Habana, no ha perdido el juicio, aunque, para algunos, ha perdido el buen juicio, que es algo que se escapa a veces sin menoscabo de la personalidad, en este caso adornada con el galardón mundial de la paz.

Los días recientes han mostrado el episodio, rayano en el chiste, de unos decretos firmados el día de cierre de las facultados habilitantes, de consecuencias gravísimas, que hicieron saltar a la Fiscalía y, como si fuera poco, al propio comisionado de paz, don Sergio Jaramillo, emisario y compromisario de La Habana, autor del dicho que califica lo firmado por su presidente como una chambonada.

No le ha parecido a la Fiscalía que los dineros confiscados y los que faltan por encontrar, habidos de mala fuente, reviertan a sus poseedores y puedan engrosar sus arcas, ya no para la guerra, sino para la brega política. El país abrumado ve cómo van directo a sortear elecciones, con muchas prerrogativas y dinero, los que pretenden hacer de la República un enclave socialista. Aquí empieza a tropezarse un país regido por normas austeras y sancionatorias con el nuevo régimen de concesiones y garantías conseguidas por medio del chantaje del terrorismo o, mejor dicho, de la paz que lo aquieta. Es evidente que esto desordena la educación pública, la costumbre sana de respeto a la ley y crea incertidumbre acerca de lo prohibido.

Son, tal vez, consecuencias inevitables de todo proceso de reconciliación, en que el necesario perdón y olvido y cuenta nueva cubre a una parte de la población, que al ser aceptada entra al grueso de la Nación circuida de privilegios, que no debieran ser tantos, como son ahora y, menos, conducir a una fácil transformación de la democracia en una dictadura.

***

La reacción del embajador de Estados Unidos frente a la libertad concedida a alias Náder, justificada en el fondo, no ha parecido aceptable, en términos de Estado soberano, puesto que, saltándose protocolos de Cancillería, el poderoso embajador irrumpe contra la Corte Suprema de Justicia de Colombia de una y con fiereza. El cambio de tono en tan amable diplomático pienso, con todo respeto, que se deba a que ahora es embajador de Trump y antes lo era del atemperado presidente Obama.

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