Chirac escaló todos los peldaños

Eduardo Barajas Sandoval
01 de octubre de 2019 - 05:00 a. m.

Más vale un presidente veterano que uno improvisado. Es tal la variedad de asuntos, y de oficios, que conviene conocer para bien gobernar, que la experiencia no se puede suplir a punta de inteligencia, por aguda que sea.

Son muy escasos aquellos como Alejandro, discípulo de Aristóteles, que antes de los 30 ya había conquistado Egipto, Afganistán y Persia, hasta llegar a la frontera de la India. Por lo demás, unos cuántos gobernantes, aupados al poder de manera prematura, lo han ejercido al mismo tiempo que aprenden, y solo cuando se han ido advierten las proporciones de sus falencias.

Jacques Chirac, que acaba de morir a los 86 años, descendiente de agricultores de provincia, nació en París y aspiraba a ser cocinero, hasta que un día vio en un aeropuerto a una niña vietnamita, que huía de la guerra, en estado de indefensión, y tomó, in situ, la decisión de adoptarla. Así dio comienzo a una carrera de servicio público que le llevó, escalón por escalón, hasta la jefatura del Estado, y más allá, a ser protagonista de la política mundial en el cambio de milenio.

Antes de cumplir el sueño de ser presidente, que lo fue desde 1995 hasta 2007, Chirac ya había sido dos veces primer ministro, ministro del Interior, ministro de Agricultura y Desarrollo Rural, ministro de las relaciones con el Parlamento, secretario de Estado para asuntos sociales, lo mismo que de economía y finanzas, y diputado a la Asamblea Nacional.

Todo había comenzado cuando, después de graduarse en Sciences Po y en la Escuela Nacional de Administración, y de una temporada en Harvard, trabajó en el equipo de Georges Pompidou, para la época primer ministro del general De Gaulle, y futuro presidente, quien lo llamó “bulldozer” por su capacidad para conseguir que las cosas se hicieran. Según el propio Chirac, la base de su idoneidad para ser presidente se debió al conocimiento de la Francia profunda, que se convirtió en su especialidad desde que tuvo oportunidad de trabajar en el ordenamiento territorial y conocer a fondo los recovecos del país.

Complemento de esa preparación fueron los innumerables lances políticos de los que fue protagonista, aprendiendo a jugar fútbol “en el potrero y en el estadio”, las conexiones adecuadas, su extraordinario carisma personal, y una dosis adecuada de ayuda del destino, como cuando fue re elegido a la presidencia con más del 80% de los votos, debido a que hasta los socialistas se vieron obligados a votar por él en la segunda vuelta, para evitar la llegada de la extrema derecha al poder.

Chirac parece haber estado siempre en el lugar y el momento oportunos. Así que, cuando el presidente Giscard d’Estaing resolvió abolir el “decomiso” de la designación del alcalde de París, vigente desde la época de la Comuna, y devolver a los ciudadanos la opción de elegir a su alcalde, ahí estaba Jacques Chirac listo para tomar el relevo. Los temores de la Tercera República, en el sentido de que no había que dar demasiado poder a quien gobernara la capital, parecerían haberse justificado con la elección de Chirac, que ganó la elección y se quedó en el cargo por 18 años. Tiempo suficiente para convertirse en el eje del centro derecha de la política francesa. Para ello, claro está, tuvo que fundar su propio partido, del cual fue símbolo y orientador, para tener el privilegio político de no tener que rendir cuentas ni hacer los cálculos complejos de los subalternos.

El paso de Chirac por la presidencia estuvo para los franceses lleno de contradicciones: un poco de “gaullismo”, que implicaba valorar lo más que se pudiera el peso de Francia en el mundo, un poco de liberalismo, pero no tanto como el de la Thatcher en Reino Unido, una dosis refinada de europeísmo, mano firme en las intervenciones francesas en el exterior, pero al mismo tiempo contención y cautela en el desplazamiento de tropas fuera del país, como cuando no quiso apoyar la intervención de los Estados Unidos en Irak, para inventarse un país imposible, luego de destruirlo.

En el orden interno tal vez fue víctima de su condición de campeón de los agricultores y ganaderos, a quienes en el medio europeo es imposible satisfacer. También de una política frente al desempleo que, como suele suceder, nunca termina por resolver el problema. No obstante animó la vida francesa con una acción cultural de visión y contenido universales, y aproximó a Francia al resto del mundo, particularmente al Oriente, que fue a lo largo de su vida uno de sus fetiches.

Tuvo Chirac la sabiduría de ser discreto como ex presidente. También de ser prudente. Además, para entonces se le apareció el fantasma de las acusaciones de corrupción durante su época del alcalde, y de las cuales había estado aislado, debido a su inmunidad presidencial. Acusaciones con las cuales se fue a la tumba, para furia de sus malquerientes, y beneplácito de sus amigos.

Sea como haya sido la extensión de esa mancha, la partida de Chirac ha tenido honda repercusión en el ánimo de los franceses. A lo largo de su vida dejó la huella de un luchador, o mejor un protagonista indiscutible de las últimas décadas del siglo XX y del cambio de milenio. Un político apuesto y encantador, dueño de su propio estilo y campeón del manejo del gesto y la palabra adecuados, en la justa medida de la forma y el contenido. Cultor del idioma y baluarte de su uso correcto. Conocedor suficiente de otras lenguas, como para entender poemas en inglés, en ruso y en chino. Participante en la original experiencia de la “cohabitación política” primero como primer ministro y luego como presidente. Casado con la mujer precisa como coequipera de su aventura en la vida pública: Bernadette Chodron de Courcel, hija de un asistente y amigo de De Gaulle, graduada de las mismas Altas Escuelas donde él estudió y la conoció, consejera infalible y brillante, conductora del ánimo y navegante de todas las aguas.

Por eso, desde la derecha hasta la izquierda, pasando por el centro, y por los extranjeros que para la época preferíamos a su contradictor Francois Mitterrand, se ha levantado una voz unánime para que descanse en paz, y para que su ejemplo, en lo bueno, sirva a quienes piensen en dedicar su vida al servicio público, que han de tener propósitos claros, paciencia, laboriosidad, y acumulación de conocimiento del país que sea, y de la experiencia que, a la hora de la verdad, es la que forma a los mejores conductores de cualquier sociedad. 

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