Chomsky

Cristo García Tapia
22 de marzo de 2018 - 03:00 a. m.

Por aquellas calendas, estudiante de Filosofía y Letras de universidad bogotana, apenas si oía hablar de Noam Chomsky, el lingüista generativo y transformacional del que, tiempo después vine a caer en cuenta, ni siquiera el profesor que regentaba la catedra que nos ilustraría sobre la novedad que era la Gramática Generativa, especialista en todo, experto en nada, sabía de él más allá de su nombre.

Del otro, del filósofo, sociólogo, escritor político, militante disidente del sistema y humanista norteamericano, simplemente no sabíamos y nadie al interior de la academia local se interesaba en revelárnoslo, a la vez que provocarnos con su descubrimiento o, cuando menos, asustarnos y ponernos en guardia, otra manera de provocar, no obstante que para entonces Chomsky era ya un reconocido y activo provocador de la inteligencia, la ciencia y el humanismo.

En aquellos, era ese pasar por alto los sacudimientos del intelecto y las ideas signo de los tiempos prevaleciente en nuestra universidad, academia y pensamiento crítico local, aunque en los que corren no es mucho, en esas creadoras convulsiones, cuanto hemos logrado avanzar y sí mucho, en unas y otro, correr hacia una quietud que espanta.

Y se materializa en más fe que ciencia y filosofía; en menos universidad, academia, ciencias sociales y económicas y más sectas religiosas y políticas transmutadas en partidos; en menos pensamiento crítico, creador y transformador y más subordinación mental y dependencia ideológica.

Y otra vez el mismo, infecundo y oscuro signo de nuestro tiempo prevaleciendo y justificando una modernidad a cuentagotas que nos limita y expone a todo tipo de precariedad y vulnerabilidad en los derechos sociales, económicos, políticos y culturales.

Que frena el desarrollo y progreso de la sociedad y la consolida y ancla en la exclusión, la discriminación, la inequidad y las desigualdades en el uso, propiedad y utilidad de la riqueza, la tierra, el trabajo, el conocimiento, la ciencia y la tecnología, los derechos sociales y la solidaridad humana.

Saber de Chomsky, de su pensamiento y militancia activa en la defensa de un orden en el que la democracia pueda funcionar y no se limite solo a servir de vehículo del poder concentrador y excluyente hoy predominante en las formas y modelos vigentes en Occidente, es confrontar la decadencia de un modelo político a contrapelo de lo que la sociedad quiere y demanda y lo que el Estado, las instituciones, ofrecen y dan efectivamente.

Un modelo, unas instituciones, un modelar sociedad, en el que la gente se percibe sin representación, marginal y en estado de indefensión y precariedad; menos representada, con trabajos, si los encuentra, cada vez más precarios, llevada por la fuerza de esas agresivas circunstancias al “miedo y escapismo”, a la “pérdida de poder”, hoy predominantes en nuestras sociedades locales, en las que el único, real y efectivo poder es el de unas élites cerradas a cualquier opción que posibilite la inclusión, el ascenso y acceso de nuevas fuerzas sociales al torrente de la democracia y la economía, de la educación, la ciencia y el conocimiento.

Que tal no implica, en el caso de Colombia, más que un pacto social que reivindique y materialice los derechos sociales, económicos, políticos, culturales, que determina la Constitución Nacional para ese universo de millones de colombianos hoy marginados y excluidos de los mismos.

Por eso, igual que a Petro en Colombia, a Chomsky, a lo largo de su activismo político, científico y humanista, también se le ha calificado de “extremista”.

* Poeta.

@CristoGraciaTap

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