Churchill y el pintalabios rojo

Dora Glottman
16 de mayo de 2020 - 05:00 a. m.

En el amor y en la guerra todo se vale y eso lo sabía Winston Churchill. Por eso nadie cuestionó al premier británico cuando durante la Segunda Guerra Mundial buscó aliarse para derrocar a Adolf Hitler con un gremio muy lejano a su mundo militar y político: el de los editores de revistas moda. Corría el año 1940, el ejército nazi invadía Holanda, Bélgica y Luxemburgo, y el recién nombrado Churchill se preparaba para bombardear Berlín, cuando los editores de las principales revistas de moda en Reino Unido fueron convocados por el Departamento de Comercio para tratar un tema de vital importancia en época de guerra; la belleza femenina.

Se les citó por orden del mandatario quien, mientras diseñaba una campaña bélica para acabar con la infraestructura y la moral alemanas, se preocupaba por el estado de ánimo de su gente y se le ocurrió que en ese frente la solución era la estética. Churchill sabía lo que quería: copiar el eslogan de una propaganda de shampoo que decía: “La belleza es un deber”, convertirlo en un lema que sería reproducido en la publicidad y en la prensa y que tendría como protagonista el pintalabios rojo. Para él, esa sola pieza de maquillaje tenía el poder de hacer a las mujeres sentirse bien y les permitía un pequeño lujo en medio de la austeridad, lo cual para Churchill era un arma de combate pues él creía que la sana autoestima de las mujeres fortalecía a la nación entera.

Para demostrar su compromiso, el primer ministro convirtió el labial rojo en un artículo de primera necesidad, aseguró su producción y evitó que fuera racionalizado. Los editores de las revistas hicieron su parte al reforzar en sus artículos el mensaje de que mientras la guerra obligaba a las británicas a asumir roles masculinos en fábricas, oficinas y comercio, sus deberes también incluían su cuidado personal y su feminidad. Junto con la harina y los huevos, se repartieron los coloretes rojos hasta que terminó la guerra; mientras las feministas denunciaban que convertía a las mujeres en objetos sexuales y los soldados suspiraban desde las trincheras, el labial se fue afianzando y su uso se volvió parte del “glamour” que caracterizó a las británicas durante el conflicto.

Pero esta tercera guerra mundial es distinta. Esta vez los hombres no salen a los campos de batalla mientras que las mujeres sostienen el mundo y los esperan con sus bocas rojas. En esta lucha las batallas son en los hospitales y laboratorios, pero también en los hogares donde más de la mitad de la población mundial lleva encerrada hasta ocho semanas y donde, en muchos casos, hay una mujer al frente del cuidado de la familia. Esta guerra se libra en territorio femenino. Eso no quiere decir sólo de mujeres, pero sí donde las tareas que se asocian con ellas resultan ser de supervivencia, como la alimentación, la higiene y, en la mayoría de los casos, el amor. 

Así como la Primera y la Segunda Guerra Mundial significaron un cambio de paradigma para las mujeres que asumieron roles tradicionalmente masculinos para servir a su país, así mismo esta pandemia, que se vive como otra guerra, es un buen momento para ampliar la noción de lo doméstico para entender que pertenece a ambos sexos. Es además una oportunidad para explorar la belleza con otros ojos. Los humanos nos diferenciamos de los otros animales, entre otras cosas, por nuestro sentido de la estética, nos nutre, nos calma y nos seduce. Es hora de que la feminidad y la masculinidad puedan mostrar su lado más sano, sensible y erótico, sin temor a dejar de ser lo uno o lo otro.

Volviendo a lo de Churchill, él decía que el labial era también su manera de ser el opuesto de Hitler, que odiaba el maquillaje y prefería la cara limpia y la vestimenta austera. Yo estoy con Churchill. Las mujeres se ven hermosas con pintalabios rojo o con lo que sea que las haga sentir bien. También los hombres saben qué les luce y les sube la moral. Por estos días, arreglarse, como tantas otras cosas, tristemente se ha reducido a su mínima expresión. Propongo sacarle tiempo a la belleza en sus muchas manifestaciones y disfrutarla. Eso es quererse, es bueno para el ánimo y, como creía el premier británico, una mujer contenta les conviene a todos.

 

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