Ciencia y la primera dama

Daniel Pacheco
20 de agosto de 2019 - 05:00 a. m.

María Juliana Ruiz, la actual primera dama, y Francisco José de Caldas se parecen en algo. Ambos tuvieron, al menos por un momento, iniciativas de Colciencias dedicadas a su nombre.

Tal vez se ha hecho demasiado del premio a nombre de la primera dama, un premio pequeño apoyado por Colciencias, que ni siquiera era de ciencia y que ya ni lleva el nombre de Ruiz. Pero el tema definitivamente tocó una sensibilidad nueva (más allá de la malquerencia progre a todo lo que viene de este Gobierno) que hay alrededor de la ciencia.

Después de varias generaciones influenciadas por el realismo mágico, hoy parece que vuelve a haber mérito, prestigio y un poco más de rigurosidad alrededor del conocimiento científico. Un tipo de pensamiento relegado por años en Colombia, donde primó una visión del mundo que prescindía de leyes universales y de la ciencia dura, una visión basada en lo excepcional, como la violencia y la cultura, y que se explicó a través de la literatura y de las ciencias sociales. No es por accidente que los dos premios Nobel que tiene Colombia sean de Literatura y de Paz.

No siempre fue así. Dejemos a Ruiz y volvamos a Caldas. En el mito fundacional de la república la ciencia tiene un lugar importante que habría que recuperar mejor para hacerla algo tan propio del ADN nacional como lo ha sido la estética mágica garciamarquiana. Caldas y esa generación de la expedición botánica de Mutis, la generación de conspiraciones en el Observatorio Astronómico de Santafé, allanaron el camino para el 20 de julio de 1810 tanto como los abogados y los políticos. Hubo en ese ejercicio de conocimiento botánico, geográfico y astronómico un descubrimiento de un territorio soberano y propio clave para lo que luego fue la independencia política.

El caso de Caldas es especialmente sorprendente. Fue Caldas quien por primera vez nos dio un lugar exacto en el mundo a los colombianos. Los españoles habían sido muy malos cartógrafos de todo lo que no fueran costas con valor estratégico-militar. Por eso no había de la Nueva Granada un mapa que estableciera con precisión, con longitudes y latitudes, la ubicación en el globo de nuestro espacio geográfico. Fue Caldas, mirando al cielo, con observaciones astronómicas, quien primero logró darnos ese lugar preciso, un lugar en el mundo.

Entonces, si bien la ciencia no ha estado totalmente ausente de nuestro carácter nacional, es cierto que no ha sido una constante. Caldas fue fusilado por la espalda en 1816 luego de la reconquista española. Sus mapas fueron destruidos y saqueados. Su legado científico se diluyó entre la gloria militar y el legalismo posterior de Bolívar y Santander.

Ni siquiera hoy, más de 200 años después, se puede decir que Caldas sea recordado con la dignidad científica que merece. Muy sabio y todo, pero el Fondo Francisco José de Caldas de Colciencias, uno de los instrumentos más importantes de financiación de proyectos de ciencia y tecnología, lleva 10 años funcionando y no ha recibido más de $2,7 billones, una cifra ínfima comparada con las necesidades del sector y la envergadura de los retos. El sector de ciencia y tecnología en general, por mucho que haya sido elevado a ministerio y que tengamos un Gobierno que nos quiere lanzar a la cuarta revolución industrial, sigue con una financiación de menos del 0,1 % del PIB en el presupuesto nacional.

Es como si la ciencia ocupara el rol de una primera dama o un primer esposo en la narrativa nacional, digno pero ornamental. Que finalmente nos estemos molestando por ello es un comienzo.

@danielpacheco

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