Círculo de errores

Juan David Ochoa
26 de enero de 2019 - 05:00 a. m.

El Eln reconoció finalmente su autoría en la bomba de la Escuela de Cadetes General Santander, y sucedió lo previsible: la reacción oportunista del uribismo para destruir la mesa de negociación  como quisieron hacerlo desde siempre. Esperaban el error estúpido que sabían que cometería una guerrilla fanática y acorralada en la incertidumbre, y recibieron la mejor ofrenda del año, justo en su inicio: un argumento sustancial para la destrucción definitiva de la diplomacia que los hiciera volver  a la esencia del partido: el negacionismo y la retaliación.

La autoría del Eln también resultaba previsible: siempre demostraron una enfermiza enajenación fuera del tiempo y de la historia, fanatizados entre la memoria de sus muertos célebres, adoctrinados por un romanticismo prehistórico que se avivaba con el rostro mártir de Camilo Torres y las palabras sacralizadas del cura Pérez sin posibilidades prácticas. Sus idealismos, más crudos y peligrosos que los catecismos pro soviéticos de Las Farc, se fueron perdiendo entre las décadas con sus comandos urbanos inconexos y sus bloques fracturados. El comando central llegaba una vez más a una mesa de negociación sin el dominio de sus líneas y sin la confiable comunicación  que los representara como un enemigo histórico dispuesto a respetar los acuerdos y los pactos.

La aparente oscuridad del escenario y las imposibilidades de un acuerdo entre dos bloques antagónicos en el nivel más patológico del caso podrían tomarse como grandes razones para la terminación anticipada de una mesa de negociación sin futuro, pero es justo el escenario para sostenerla por razones puramente prácticas: sus delirios en un nuevo contexto de guerra los convertiría en bloques ajenos a una renovada interpretación política del país que ha evidenciado los resultados de un posconflicto y los esclavizaría en una guerra de baja intensidad eternizada: esa categoría que vuelve inútil cualquier intento de victoria militar de un bando sobre el otro por razones geográficas y temporales. No hay posibilidad, a menos que sus intenciones sean las del enfermizo placer del morbo, de lograr el fin definitivo del conflicto por la toma del territorio del otro. Las guerrillas no son derrotables por su naturaleza atomizada, por sus métodos irregulares y sus apariciones esporádicas, y el Estado no puede ser tomado por razones obvias.

Aunque el uribismo insista en negar el conflicto armado y la historia del principio de las guerrillas como un monstruo creado por el mismo establecimiento criminal, la única vía pragmática es el dialogo: y una mesa de negociación, aunque sigan insistiendo en su pureza sacramental, siempre se pacta entre enemigos que entendieron la inutilidad de ese círculo de errores y de sangre.

Iván Duque ha cometido un error infantil al ordenar la captura del comando central del Eln. Viola los protocolos establecidos por los países garantes demostrando una torpeza diplomática con su canciller de papel, y desconoce sobre todas las evidencias la naturaleza fragmentada de una organización que tiene en su bloque oriental a sus principales disidentes. Por razones estratégicas, nunca aceptarán que el atentado fue ordenado por un bloque incomunicado e inmanejable y han aceptado posiblemente la autoría de la bomba como un acto decidido en conjunto que les permite además demostrar capacidad de acción para forzar una negociación entre las últimas vías de la incertidumbre. Un mínimo intento de investigación y profesionalismo no les vendría mal. Que hable y se defina entonces Carlos Holmes Trujillo, fantasma ambiguo entre la guerra y la concordia.

 

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