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Claro que se puede

Augusto Trujillo Muñoz
11 de julio de 2014 - 05:02 a. m.

El mundial de fútbol se convirtió en el gran escenario para proyectar sobre los colombianos un mensaje de optimismo, de certidumbre, de pertenencia.

James Rodriguez, Juan Guillermo Cuadrado, David Ospina, en fin, los miembros de la selección nacional de futbol reabrieron una ventana hacia el horizonte que habían cerrado otros: la campaña política, la crisis del Congreso, de las altas Cortes. También la corrupción generalizada y los abusos de poder –institucional y mediático- en un Estado de Derecho que, a veces, deja de serlo peligrosamente.

La política –que debe expresar el conjunto de los diversos intereses de una comunidad- nos llevó a extremos absurdos de polarización y enfrentamiento. Desbordó la ecuación entre adversarios, para situarse en la confrontación entre enemigos. El tribalismo no deja espacios para asumir los gestos plurales propios de una sociedad democrática.

Semejante impostura no tiene sentido. En una sociedad plural nadie tiene un derecho automático a imponer sus puntos de vista. El manejo político supone no sólo respetar al otro sino reconocerse en él, de manera que siempre exista la posibilidad de obtener acuerdos. Las decisiones que afectan a la gente deben ser resultantes de su deliberación y no de la imposición de gobiernos autoritarios.

Tampoco de los medios de comunicación. Con el pretexto de interpretar a la opinión pública, a menudo, los medios suplantan sentimientos e intereses legítimos. Los glosan en forma unilateral y terminan imponiendo sus puntos de vista sobre las autoridades públicas. Incluso sobre la opinión misma. Es increíble: se volvió un poder más que, como los otros, se cierra sobre sí mismo y ayuda a consolidar posturas tribales.

El equipo que compitió en el campeonato mundial de Brasil, describió en su periplo deportivo la parábola de la esperanza. Pero además dejó su impronta de juventud, de entusiasmo, de orgullo patrio. Nunca antes una selección de fútbol había logrado inocular en el corazón de sus compatriotas la certeza de que el futuro puede ser mejor que el presente. Como en la frase de Borges, ser colombiano volvió a ser un acto de fe.

Alguien escribió en estos días que las lecciones de la selección sirven para propiciar la unión del país consigo mismo, con su gente. Algo así como la unidad en la diferencia. La selección fue capaz de desmontar la cultura mafiosa que la había acompañado hasta finales del siglo anterior, así como ciertas prácticas que la condenaban a la mediocridad y la ahogaban en el adocenamiento.

“¡Si se puede!”, es un grito al que los colombianos apelan en medio de los erráticos mensajes que, a veces, reciben de sus dirigentes. Ahora lo demuestran los muchachos de la selección no sólo como personas sino como equipo. Su inmensa lección demuestra lo que puede lograr la voluntad solidaria. Su ejemplo se debe volver pedagogía: Ese es el gran reto para la clase dirigente. La política, la empresarial, la académica, la periodística, incluso la deportiva. Pero también para cada colombiano, de cuyo compromiso con su país –en el ámbito de su propia influencia- depende que aquella pedagogía se convierta en vocación de grandeza.

 

*Ex senador, profesor universitario, @inefable1

 

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