Pazaporte

Claudia, por la vida

Gloria Arias Nieto
21 de abril de 2020 - 05:00 a. m.

Bogotá, abril en cuarentena. Las ventanas nos dejan unir la mirada con la imaginación, y así desfilan sin atravesar la puerta -como fantasmas de colores- los vecinos del frente, la panadería que ya no huele a calor ni a levadura, y el local que vendía flores y de repente se quedó sin primavera. Las calles vacías guardan el eco de la ciudad. Hay sol, pero nadie hace sombra. Quizá de tanto estar adentro nos convertimos en nuestras propias sombras. No importa, es el precio de la vida y estamos dispuestos a pagarlo.

Corrección: algunos pueden pagarlo; muchos no. Los llamamos inconscientes porque no obedecen y no se quedan guardados entre cuatro paredes. Pero hay un pequeño detalle: no tienen paredes; no saben dónde pasarán la próxima noche, ni quién les va a fiar el aire de mañana.  Diez mil pesos de pagadiario; eso cuesta en Bogotá una pieza de 2x3, desvelada y oscura, y ni siquiera eso está asegurado.

Desde siempre, miles de personas han quedado fuera de los Excel diseñados por expertos de cualquier tendencia; tal vez no ha sido maldad de nadie, sino injusticia de todos. Así ha sido desde el primer desplazamiento, desde la segunda pobreza y el tercer abandono. Llevamos décadas, siglos, olvidando que podíamos prescindir de casi todo, menos de la empatía. ¿Cuánto vale el hambre de los que no tienen nombre? ¿Qué rubro, cuál amigo o autoridad los ampara?

Y ahí, muy cerca, los que sí tienen número de identidad, y levantaron 38 ladrillos por metro cuadrado de pobreza. En estos días han vestido sus ventanas con trapos rojos, como un grito de auxilio; les llegó un huésped de huesos frágiles y ojos hundidos, al que nadie invitó: le llaman hambre, y duele.

Por ellos y para todos, la ciudad trabaja a marchas forzadas, porque esta carrera no la puede perder la vida.

La cuarentena dejó al descubierto esas miserias que crónicamente quedaban “Para después”. Fácil ahora, salir a criticar. Como si todos hubieran aprobado con honores el módulo “pobreza en épocas de pandemia”.

Que tire no la primera piedra sino la mejor solución, quien de verdad (no por enfado ni oportunismo) sea el más apto para hacerle frente a la perturbación física, socioeconómica y emocional que estamos viviendo.

Bogotá tiene una Alcaldesa con mayúscula. No alcanzo a imaginar qué sería de nosotros si, además del virus, tuviéramos que sumar a nuestras incertidumbres y tragedias, un mal alcalde.

Claudia López ha asumido con creces una ciudad de ocho millones de habitantes; Bogotá le cabe en la cabeza, en el corazón y en las decisiones. Piensa con inteligencia, habla con pedagogía y actúa con firmeza. Transmite tres cosas fundamentales en momentos de crisis: resistencia, conocimiento y seguridad. ¿Perfecta? Afortunadamente, no. Es una mujer de metro y medio y medio siglo; un ser humano, que se conmueve; ha vivido para estudiar, comprender y trabajar por un desarrollo social lógico, digno y equitativo.

Ojalá la cuarentena trajera bajo el decreto, un adecuado modus vivendi para todos. Pero a ver si entendemos que Claudia está dirigiendo una ciudad inmensamente compleja, de la vida real, no hecha de Lego ni de populismos.

Entonces, ubiquémonos: pescar en río revuelto es deporte de quienes se quedan sin argumentos. El reloj social no tiene tiempo para cultivar odios ni animadversiones. Apoyar a Claudia no es apoyar a una persona, es apoyar a una ciudad que tomó la decisión de no dejarse derrotar.

ariasgloria@hotmail.com

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