Hablamos de la Memoria, y de que hay que preservarla y conservarla y darles voz a quien no la tuvieron, y hablamos de la Historia, y de que la escribieron los vencedores, y de que la multiplicaron a través de sus medios, con su poder. Hablamos de dominios, de patriarcados, de poder y de opresión, y sin embargo, por una u otra razón, vamos borrando todos los días, gota a gota, palabra tras palabra, todas las Memorias y las Historias. Las borramos, las eliminamos cuando escribimos Gabo, Octavio, Silvio o Virginia, en lugar de Gabriel García Márquez, Octavio Paz, Silvio Rodríguez o Virginia Woolf, etcétera, en aras de la horizontalidad y de romper con todo tipo de institucionalidad, simplemente porque cuando decimos Gabo le quitamos credibilidad a García Márquez. Cuando decimos Gabo, dejamos por fuera sus luchas, su pueblo, su génesis, sus ancestros.
Lo volvemos tan cercano, tan amigo, que nos sentimos con un “igual”, incluso criticando sus manos o un detalle, cuando lo que debemos poner en la balanza para su grandeza no son sus manos o su aliento o lo viejo de sus zapatos, sino su obra, lo que dijo en su obra y su credibilidad y su legado. Nos guste o no, las sociedades necesitan referentes, ejemplos, y más en estos tiempos en los que son tan escasos. Los grandes personajes de la historia se miraron en viejos espejos, para repetir lo positivo y desechar lo negativo. Nadie se hizo a sí mismo. Somos una infinita mezcla de influencias, de ejemplos, de lecturas, de conversaciones, de historia y de memoria, y generalmente, aunque nos suene absurdo, todo esa combinación de factores surgió por fuera de las aulas de las clases, y más por fuera aún de los manuales y las instrucciones.
Surgió de la libertad para elegir personajes, grandes personajes. Y obras, discursos, luchas y demás. “Para la libertad, sangro, lucho, pervivo”, como escribió Miguel Hernández. La horizontalidad, los manuales, los instrucciones y los absolutos son una cuchillada a la libertad. Son una imposición, disfrazados de nobles objetivos. El falso querer de estos tiempos, y el más falso luchar por transformaciones que sólo benefician a unos cuantos, no a la humanidad, que es por la que habría que luchar, nos han ido llevando a clavarnos a nosotros mismos cientos de puñales, dividiéndonos, sembrando animadversiones y odios y posteriores vendettas, acostumbrándonos a pensar por las conveniencias y no por descubrir una verdad, y destruyendo a la larga todo aquello por lo que supuestamente enarbolamos nuestras banderas.