Cocinar, asear y escribir

Beatriz Vanegas Athías
15 de enero de 2019 - 05:00 a. m.

Creo que toda ama de casa es una potencial escritora. Mary Shelley, la autora de Frankenstein o el moderno Prometeo, le dijo a uno de los editores que rechazaron su libro por ser mujer que si tenía edad para tener hijos también la tenía para escribir. Pese a este argumento el editor desestimó el libro, que se publicó por vez primera de manera anónima y llevaba un prólogo de su amante, el prestigioso poeta Percy Bysshe Shelley. Es casi una constante en la historia de la literatura, que es la historia de la vida humana y animal, que muchas autoras sean realmente las que están detrás del rótulo “Anónimo”.

Es también una costumbre que muchas autoras tienen como destino ser muchas mujeres en su vida cotidiana para lograr que les quede un tiempito para escribir. Un ejemplo reciente es la nobel Alice Munro que armó su obra entre hijos, clases universitarias, el marido, la atención del hogar.

Pero no hay (o no pretendo que exista) tono de queja o de lástima porque este mundo funcione así. No lo pretendo porque para muchas mujeres arreglar la casa, atender al marido, cocinar, organizar el dinero para que rinda hasta fin de mes ha sido el gran laboratorio o estudio de creación. Aun para las que padecen el matrimonio y para las que no (mucho mejor), oficios de la casa como situarse frente al lavaplatos en su acto rústico de despoblar de grasa los platos y ollas son un ejercicio semejante a la persistencia por limpiar un verso o un párrafo, es un ejercicio de limpieza porque unos vasos y una olla relumbrantes causan la misma alegría que una frase inédita y poseedora de una gramática reluciente.

Un mesón oloroso y limpio al tacto, con los cubiertos sabiamente distribuidos, el escurridor con los platos ordenados como soldados dispuestos a entregar las armas (esta imagen de orden para desintoxicar el idioma) son como párrafos cuyas ideas son claras y contundentes a la vista y al entendimiento porque se dirigen hacia un camino certero.

El acto de trapear luego de haber exiliado el polvo de cuadros y estantes, de lograr que el piso aguarde impecable el brillo oloroso del detergente que llene de canela la estancia, de retirar con cautela cualquier cadáver de insecto o mancha que persiste en nublar el cielo crema de la baldosa es semejante al acto de borrar en la página blanca esa palabra oscura e imprecisa que no deja salir la idea o que no le permite avanzar a la escritora hacia el siguiente párrafo.

A veces se cocinan una o dos ensaladas y sobre el plato nace oxímoron. Otras, un mote de queso y surgen cielos blancos líquidos en los que, en virtud del fuego, se compactaron las nubes y se volvieron cuadros salados sobre un plato del que florecen capullos rojos. Entonces nace un símil. También es posible palidecer ante el lío que es un sancocho. Estamos frente a la metáfora de Colombia: un delicioso pero antiestético y enredado plato.

Es posible que no alcance el día para tanto oficio y así en la ciudad como en el pueblo todavía exista el patiecito o el patio según se encuentre la escritora que no alcanzó a organizar. Ese es sin duda el sitio (el párrafo) que aún no se ha escrito. Toca entonces madrugar al día siguiente para hacerlo o trasnochar para terminar de escribir el gran texto que es la casa.

 

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