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Colapso griego

Salomón Kalmanovitz
06 de julio de 2015 - 03:00 a. m.

La comunidad europea es un gran ideal que se ha convertido en realidad, a pesar de sus instituciones económicas deficientes.

Fue la forma de garantizar que no se repitieran las grandes conflagraciones mundiales que acabaron con buena parte de su población. Entre otras metas, debía promover la prosperidad de todos sus estados miembros.

Su sistema monetario, sin embargo, fue pensado sin considerar la posibilidad de que se dieran crisis. El Banco Central Europeo apenas ahora, bajo la presidencia de Draghi y contra la férrea oposición de Alemania, se está convirtiendo en prestamista de última instancia. Se trata de un rol fundamental que debe cumplir un banco central si quiebra el sistema bancario o el gobierno. Los bancos centrales adquieren bonos del Tesoro para hacer operaciones de expansión y profundizan el mercado de deuda pública. Tampoco hay en Europa un fondo de garantías alimentado con un seguro de depósito que sirva como primer dique frente a una crisis financiera; apenas ahora se está proponiendo un regulador financiero comunitario. Si estos cortafuegos son insuficientes, entonces deben intervenir los gobiernos con fondos del presupuesto que garanticen la solvencia de los bancos buenos, dejen quebrar a los malos y salven los depósitos del público; así se puede impedir que la economía caiga en una depresión económica difícil de conjurar.

El Banco Central Europeo actuó equivocadamente frente a la crisis de 2008 en dos sentidos: no emitió a favor de los bancos emproblemados, pero impuso su salvamento mediante préstamos a los gobiernos con los que financiaban los banqueros especulativos. De esta manera, la crisis financiera se volvió una crisis fiscal y comenzó una espiral viciosa en Irlanda, Portugal y España, y arrastró al más débil de todos, Grecia; al mismo tiempo mantenía una política que aumentaba la fortaleza del euro dificultando la recuperación de las economías de la periferia mediante exportaciones abaratadas.

Islandia hizo algo distinto porque no era miembro de la comunidad europea: dejó quebrar los bancos aventureros, emitió a favor de sus depositantes y devaluó su moneda lo suficiente para obtener una recuperación rápida. Al día de hoy sólo Irlanda parece recuperarse porque depreda al resto de la Unión mediante una tasa de tributación empresarial que es un tercio de las que imperan en el continente, mientras que España y Portugal siguen en la mala. Grecia perdió una cuarta parte de su Producto Interno Bruto y la tasa de desempleo entre los jóvenes es del 60%. Su gente educada emigra a Alemania, Inglaterra y Estados Unidos.

Grecia tenía sus propios problemas. Se trata de una economía rentista del turismo, el transporte marítimo y la finca raíz con unos gobiernos clientelistas que no entendían cómo vivir dentro de Europa y frente a la globalización. Buena parte de la economía está sumergida y no paga impuestos. Las pensiones eran tempranas y generosas, pero han sido reformadas por el gobierno de Tsipras, recortándolas y aplazando las edades de jubilación. La troika (el BCE, el FMI y la Comunidad) quiere sin embargo más: un aumento del IVA y el incremento de la  austeridad, a lo cual se ha resistido el Gobierno, llamando al pueblo a que lo  apoye en un referendo que tuvo lugar ayer.

Europa debe peluquear  sustancialmente la deuda griega y propiciar una recuperación de su economía. De no hacerlo, están en juego la unidad europea y una espiral caótica para los griegos.

 

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