Colombia 5 Argentina 0: Cuando ganar es perder un poco

Guillermo Zuluaga
05 de septiembre de 2018 - 04:58 a. m.

Hace exactamente 25 años, recién terminó el partido Argentina-Colombia en el estadio Monumental de River Plate, muchos hinchas colombianos mofaron a Maradona: “Maradona Historiador”, le decían, en referencia a unas palabras del argentino que previamente había dicho que los colombianos “no pueden romper la historia”, y  esta, según Maradona, dictaba que “Argentina estaba arriba y Colombia abajo”.

Sin embargo, la Historia –la gran jueza- no tardaría demasiado en demostrarnos que lo dicho por el astro estaba más allá de la lógica amargura tras el golpe al amor propio propinado por la Selección Colombia a la Selección  Argentina en Buenos Aires y de la típica “sobradez” con que los gauchos nos han mirado en cuanto a temas futbolísticos.

Maradona, experto en pirotecnias  en la cancha y en frases  célebres para la galería, tenía razón: Colombia hasta ese momento solo juntaba dos participaciones lánguidas en mundiales de fútbol y nuestro mayor éxito era un triunfo en Copa Libertadores y un subcampeonato en una Copa América. Nada alcanzaba para convencer a alguien  de que estábamos en la élite del futbol y menos que pudiéramos compararnos con la albiceleste que en  ese momento acumulaba dos campeonatos mundiales y ostentaba para entonces el subcampeonato de  Italia 90.

Han pasado 25 años desde entonces. Un cuarto de siglo que permite la distancia en el tiempo  y en el espacio para evaluar lo ocurrido, y afirmar que ese marcador fue negativo para nuestro fútbol, pero peor para nuestro  proyecto como sociedad, pues lo que vino luego no fue para nada halagüeño. Con decir que unas cuantas horas después, la gente de Colombia  demostraba que no sabía administrar sus euforias: una mezcla de autoestima deportiva alta y una sobredosis de alcohol llevó a que en pocos minutos muchas familias, en especial en Bogotá, pasaran de la alegría a la tragedia: más de 80 muertos y 700  y pico de heridos,  casi todos en alto  estado de alicoramiento.

Fue quizá la peor cifra.  Casi  un centenar de familias perdieron a un ser querido por no saber lidiar la alegría ante un resultado un poco atípico. Lo  ha reconocido el propio Maturana: Colombia fue muy superior a Argentina,  pero en Barranquilla, donde el marcador fue 2 a 1;  mientras que ocho días después  en Buenos Aires,  Oscar Córdoba tuvo la tarde  de su vida, y fue imbatible,  y la defensa argentina fue un mar de desconciertos. 

A las muertes, heridos y destrozos en edificios públicos  de las horas posteriores al partido, nos sobrevendrían más derrotas. En el campo deportivo, la Selección, ya creyéndose del primer mundo, se relajó un poco ante la cantidad de elogios. El mismísimo Pelé nos dio como favoritos,  y a Faustino Asprilla no lo bajaban del Olimpo  y se daba casi por descontado que sería la sensación del Mundial, que se disputaría en territorio norteamericano. Pero bastaron dos partidos del Mundial  para que de nuevo la realidad futbolística nos bajara a la tierra. Colombia se despidió con más pena que gloria de USA 94. Y bastaría que pasara una semana para tener aquella noticia –esa cicatriz en la cara de nuestro fútbol, y peor,  de nuestra sociedad–: la muerte de Andrés Escobar, a quien la vida le hizo un triste autogol una noche de viernes en su natal Medellín, luego de una discusión por una jugada donde él era el menos culpable.

Es fácil escribir esto ya sabiendo lo ocurrido.  Supongamos (un poco de historia fáctica) que el marcador hubiera sido al revés: Colombia 0- Argentina 5. Quizá nos hubieran mofado en Buenos Aires esa noche de domingo; al día siguiente los titulares de nuestra prensa habrían hablado del ridículo, pero con un poco de suerte hubiéramos quedado con  posibilidad de repechaje, y a lo mejor ese tufillo sobrador que cargábamos por esos días hubiera menguado un poco. Entonces, Maturana y Bolillo habrían ajustado algunos asuntos y hubiéramos llegado a Estados Unidos como una selección más, dispuesta jugarse el todo por el todo. Hubiera sido…habría sido…

Fue un poco lo que hizo Argentina. Los países con Historia (aplica para el fútbol y para la sociedad) se levantan y saben asumir sus derrotas. Y enderezan el camino cuando hace falta: Argentina llamó a su astro y mayor referente,  ajustó líneas y en el repechaje dio cátedra de pundonor deportivo. Llegó al Mundial y jugó bien. De no ser por el doping de Maradona, seguramente hubiera llegado más lejos.

Con la Selección Colombia ocurrió  al revés.  Aquel  impensado triunfo de nuestra selección nos puso en la vitrina del mundo, y nosotros “nos creímos el cuento”. La  gente del fútbol elogió nuestro estilo; sobraron cuartillas, reportajes, prosas, hablando del talento de nuestros jugadores.  Al tiempo, nos miraron, analizaron el juego, nuestras flaquezas. Cuando llegó nuestra Selección a Estados Unidos nos tenían muy estudiados.  Haggi, el cerebro del medio campo de Rumania, ha dicho que vio demasiados videos  y leyó mucho sobre nuestro fútbol. Él y muchos de nuestros posibles rivales lo hicieron.

Total, hace 25 años,  la Colombia futbolística vivió el culmen de su euforia. Pero pronto descubrimos   que no estábamos maduros   para disfrutar esos efímeros triunfos  futboleros. Ni los otros. El 5 de septiembre de 1993 también perdimos.

Así se haya escrito otro relato, lo cierto es que, a veces, ganar es perder un poco.

 

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