Colombia es una nación, no un “reality”

Antieditorial
16 de julio de 2018 - 02:00 a. m.

Por Felipe Úsuga Pérez

La nación colombiana tiene ahora desafíos más complejos de lo que puede parecer: el destino histórico de Colombia está en juego, y las circunstancias son especiales para una rectificación del rumbo. La clave está en pensar en el mediano y largo plazo, y salir del humo coyuntural que obstruye la proyección histórica del país. Aclaro: hablo de la nación, más que del Estado o del gobierno.

Es conveniente –y necesario– comprender los verdaderos problemas estructurales y complejos que sufre Colombia y repensar soluciones profundas e integrales basadas en el interés nacional, no el interés de Estado ni en el interés del Gobierno. El gusto por la inmediatez es una grave enfermedad del pueblo, y los medios y los políticos son expertos en aprovecharse de esto y en agudizarlo. El resultado es que la sociedad civil se dedica a discutir temas coyunturales y con tintes ideológicos, que no necesariamente deben ser ignorados, pero que se alejan de esas necesarias soluciones. Que si Duque se pinta el pelo, que si Fajardo se va a ver ballenas, que si tal político se tomó un tinto con tal político, que si Uribe se cae del caballo, que si Hidroituango es culpa de Uribe o de Petro, que si Metro elevado como Peñalosa o que si subterráneo como Petro, que si Paulina Vega y Silvestre Dangond son uribistas, que si Santos tiene un castillo en Londres…

Humo, puro humo. Bobadas en medio de la necesidad de definir el rumbo histórico de la Colombia de las próximas décadas. Chismes de reality sobre unas personas ajenas a todas esas habladurías, mientras la realidad del país no es satisfactoria y el futuro no se muestra esperanzador. La conciencia colectiva de la sociedad colombiana va mucho más allá de Petro, Uribe o Santos. En diez o 20 años, esos hombres estarán en viejos periódicos, pero la vida de los colombianos seguirá avanzando. ¿Qué diremos entonces? Que veíamos discusiones de tres días en Twitter sobre la pintura de Uribe en la casa de Paloma Valencia o sobre los zapatos de Petro, pero que a pocos se les venía a la mente la lógica necesidad de pensar en ciencia, tecnología e innovación como elementos estratégicos para ese futuro no tan lejano que compartiríamos todos. ¿Eso diremos?

Aquí hay que definir la nación colombiana: hay que repensar los valores, identidades e intereses nacionales y poner el Estado a trabajar en eso. Hay que interiorizar la historia de Colombia y darle la importancia merecida al ser “nuestra” historia. Hay que pensar en el papel que podría tener Colombia en el orden internacional. Aquí hay que poner en el debate nacional temas serios: hay que hablar de educación, de desarrollo y crecimiento económico, de desarrollo humano, de medio ambiente, de urbanidad y civismo, de seguridad —desde la tradicional hasta la alimentaria—, de perfeccionamiento del sistema político, de fortalecimiento de la democracia y de estabilidad económica e institucional, entre muchos otros temas realmente importantes. Y no solo ponerlos en el debate nacional, sino hacer que se vuelvan políticas de Estado (y no solo de Gobierno) y proyectarlos con ambición hacia un futuro prometedor y medio utópico.

Los colombianos tenemos que hablar en serio de quiénes somos y para dónde vamos. Colombia no es una novela ni es un reality. Esto es una nación, un país con muchos problemas y 50 millones de personas, y su destino está en juego. Pongámonos serios.

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