A juzgar por los titulares de prensa y las noticias radiales catastrofistas, en Colombia estamos ad portas de una guerra civil. Otra cosa piensan los “ciudadanos de a pie” en la ancha Colombia, cuyas opiniones se alimentan de la realidad concreta del día a día —con sus sueños, problemas y rabias—, realistas mas no ingenuas, reflejo de sus vidas como son, como las viven.
Así lo constata la última encuesta Polimétrica de Cifras y Conceptos. A pesar de la violencia vivida, somos una nación con un alma y un talante centristas (“frentenacionalistas”, si se quiere). La encuesta destaca que más de la mitad de los colombianos se consideran a sí mismos como de centro y el resto se reparte en medidas iguales entre posiciones de derecha o de izquierda.
En los escenarios políticos, acá y en el mundo hoy, las posiciones radicales se notan más, por estridentes. Se hacen sentir y duro, constituyéndose fácilmente en noticia no porque al público le interesen o importen, sino porque, por altisonantes y tajantes, tienen un “gancho noticioso” que interesa a los medios, máxime si las rodea un tufillo a escándalo. La emoción le gana al razonamiento, el grito y el insulto, al análisis sereno. Y nace la versión caricaturesca del centro, pues el radical es valorado por impetuoso y aun ofensivo, ni baboso ni tímido, claro y contundente, en defensa de su posición, mientras que las posturas del centrista son presentadas como débiles e indefinidas, “ni chicha ni limonada”, como diría Horacio Serpa; su posición parecería ser no tener posición, siempre mesurado.
Pero la verdad es otra, pues se puede ser de centro y radical. Solo entonces se entiende que se tienen ideas para defender y el compromiso y la voluntad de hacerlo, de jugársela por lo que se cree. Exactamente lo contrario de la postura blanda e indefinida que las extremas le endilgan al centro para ningunearlo, minimizándolo y reduciéndolo a ser utilizado para completar los votos que faltan, “los veinte para el peso”, como dice la sabiduría popular, que no se equivoca.
Es evidente y la encuesta lo reafirma: una posición de derecha o de izquierda solo puede ganar si logra captar parte del electorado del centro, quedando este reducido a ser el fiel de la balanza o, como decía un lema del Partido Conservador cuando le entregó sus banderas a Álvaro Uribe, “la fuerza que decide”, y añado, pero que no gobierna. Las cifras son claras, el centro tiene los votos sobrados para poner candidato e inclusive para ganar en primera vuelta.
Estaría en condiciones de recibir y no de dar los apoyos electorales para ganar. Para ello se necesita —tarea bien difícil, pero no imposible— que los posibles candidatos no polarizados empiecen a expresarse, a fijar visiones de futuro en un momento apasionante de nuestra historia, cuando debemos avanzar en dos direcciones, necesarias ambas y que deben conciliarse, pues son de igual importancia. El punto es que podrían integrarse en una estrategia que las compagine pues no son incompatibles, son complementarias: el cumplimiento del Acuerdo de La Habana y un replanteamiento fundamental a la luz de lo que la pandemia desnudó, nuestras falencias como país que reclaman la tarea nacional de enmendarlas o corregirlas, según el caso.
Definir y alcanzar esa complementariedad de objetivos y acciones debe ser el punto principal de una propuesta de centro en tanto que equidistante de las extremas y generadora de una síntesis, que no es otra que la matriz de una Colombia integrada como nación y abierta a un mundo transformado por todo lo que como seres humanos estamos viviendo y aprendiendo.
Hay que empezar ya a hablar, a proponer, a discutir, pues el éxito de la empresa transformadora exige que sea fruto de la discusión ciudadana, una discusión que se impulse desde el centro del espectro político del país y la acojan sus voceros y candidatos.