Colombia, Perú y Ecuador 2030

Antonio Casale
15 de septiembre de 2019 - 10:00 p. m.

“Tenemos muchas cosas que hacer y no hay tiempo para atender las extravagancias de la FIFA y sus socios”. Con estas palabras, el 27 de octubre de 1982, el presidente Belisario Betancur renunció a ser sede del mundial que se llevaría a cabo en 1986.

El presidente Duque anunció, el sábado, que les pidió a las autoridades deportivas del país que elaboraran una propuesta, por invitación del presidente Moreno, de Ecuador, para organizar, junto a Perú, el Mundial de 2030. Basta con echarle una mirada a la guía de requisitos para ser sede del mundial de 2026 para saber que en algún sentido Betancur no estaba tan loco, y eso que ahora las exigencias son mayores.

Suponiendo que van a cumplir a cabalidad con el primer punto, transparencia en la elección, cosa que no ha sucedido al menos en los últimos tres mundiales y el próximo, pasamos al peso específico que tendrá cada aspecto. En cuanto a infraestructura, el peso que tendrán los distintos rubros es: estadios, 35 %; instalaciones para las selecciones y los árbitros, 6 %; alojamientos, 6 %; transporte y desplazamientos (incluyendo aeropuertos), 13 %; informática y telecomunicaciones, 7 %; FIFA fan fests y promoción del evento 3 %. Solo en estadios estamos liquidados: en Ecuador hay uno solo decente, que es el del Barcelona de Guayaquil, y en Perú, el Estadio Nacional. En Colombia no contamos con escenarios que estén a la altura, por lo menos del de Lima. Qatar, con su infinito poder económico, en 2022 se habrá demorado ocho años en terminar sus escenarios. Lo anterior para no hablar de aeropuertos ni de las 72 propuestas de sedes para las 48 delegaciones que exigen. En cuanto a ingresos y gastos, que representan un total del 30 % de los criterios a evaluar, se reparten en partes iguales los rubros de gastos de organización, ingresos por venta de boletería (todo para la FIFA) e ingresos por medios de comunicación y marketing (todo para la FIFA). Además los gobiernos deben garantizar que a la FIFA no se le cobrarán impuestos por ningún concepto relativo a la organización de la Copa y las sedes solo podrán obtener ganancias sobre el legado que generen el certamen, el turismo y poco más.

Para el mundial de Brasil, en 2014, el Estado invirtió más de US$11.000 millones. Según la aseguradora Euler Hermes, en documento publicado por la BBC, el certamen ayudó en el crecimiento del producto interno bruto brasileño de ese año en un 0,2 %, modestas ganancias que fueron neutralizadas por una inflación del 5 %. Pero quedaron muy buenos estadios y el espejo de valores que genera la realización de un evento como este. No es coincidencia, por ejemplo, que la generación dorada del deporte español esté integrada por personas que cuando se hicieron los olímpicos del 92 eran niños que vibraron con las emociones de los juegos hechos en casa.

Organizar un mundial no es negocio, pero puede ayudar a cambiar el rumbo de futuras generaciones si se logra aprovechar. Suena utópico lograrlo, pero vale la pena intentarlo.

 

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