Los mendigos del mar

Enrique Aparicio
21 de octubre de 2018 - 07:10 a. m.

La duquesa Margarita de Parma, media hermana del rey Felipe II, hija bastarda del gran emperador Carlos V, se dirigió al conde de Cuenca.

–Sois uno de mis consejeros, pero no veo en vuestra mirada ningún compromiso con lo que nos está sucediendo.

Efectivamente, el conde no mostraba ningún deseo de comprometerse. Lo único que tenía en mente era llegar a Cuenca, donde tenían sus territorios, y encontrarse con la señora de Casas Viejas. Mujer madura, hábil en las artes de los juegos de sexo, que lo esperaba en esa escarpada ciudad.

–Mi hermano, el rey Felipe II, me nombró en el cargo de gobernadora para los Países Bajos, pero no me ha dado ningún apoyo material –continuó la duquesa.

–Se supone que es una lucha para apagar una rebelión, pero os digo, su excelencia, que un imperio se construye y mantiene cuando cuenta con súbditos fieles. Sin ellos no habría imperio. Los Países Bajos han sido maltratados por huestes españolas sin pensar en las consecuencias –respondió el conde evitando mencionar el nombre del duque de Alba.

–¿Asevera que se está tratando mal a los insurrectos? ¿Qué me aconseja hacer? ¿Sentarme a esperar la llegada de nuestro sangriento duque?

–Su excelencia, si manejamos bien a los súbditos y les damos ciertas libertades, sin que ellas menoscaben el poder de nuestro gran rey, la población seguirá su destino de acuerdo con los designios de don Felipe. Pero si continuamos amenazando y matando a la población, coartando sus tendencias religiosas, estaremos creando un nuevo enemigo de la Corona. Quizás sea el más peligroso, pues vendrá de las entrañas de nuestro propio imperio. No será un enemigo externo.

–Aclárate.

–El problema, su excelencia, es que ésta, más que una guerra por territorio, es un forcejeo entre el papa y los protestantes. No es solo una guerra de cañones y arcabuces. Entre más se trate de diezmar una población por sus creencias religiosas, más fuerte se hará. La religión fortalece en lugar de debilitar. Paradójicamente, los holandeses aceptan a nuestro rey y señor como el verdadero soberano de los Países Bajos.

–Hace unos días recibí la solicitud de nobles holandeses que solo buscaban una salida a la persecución y muerte de coterráneos calvinistas. Sin embargo, el conde del Bosque, borracho y con la cabeza medio perdida, un viejo cercano a mi hermano y que permanece observando mis acciones, me dijo: “No vaya a recibir a esos mendigos de los Países Bajos. Su líder, el príncipe Guillermo de Orange-Nassau, quiere presionaros para que nuestro imperio pierda sus ingresos por impuestos y territorios además de acabar con la Santa Inquisición”.

Para sus adentros, la gobernadora pensó en el rechoncho y glotón que se hacía llamar “delegado del rey para asuntos políticos”. Un viejo peregrino que ya no distinguía entre la realidad y lo que dejó de existir.

–Mucho me temo, duquesa, que se ha perdido una gran oportunidad para una conciliación. La sangre correrá con los tercios del duque de Alba –expresó con pesar el conde de Cuenca, pensando que el imperio español estaba por abrir una nueva herida interna a su ya maltrecha historia.

El conde confiaba en que, una vez que terminara esa conversación, podría excusarse y encaminarse a sus dominios. Le diría a la duquesa que un familiar se encontraba al borde de la muerte y quería estar cerca de él.

La realidad era otra. La señora de Casas Viejas estaba esperándolo, pero el conde sabía que, si alargaba su estancia lejos, ella no dudaría en tomar otro amante. Ya tenía un plan para esa noche: cenarían y harían el amor. Se dejarían llevar por su imaginación y sus deseos. Ella, con la experiencia que daban los años, sentía la impaciencia de complacer a sus amantes, como el conde, quienes al fin y al cabo eran hombres que por 30 segundos de un orgasmo querían entregarle todo lo que consideraban que mantendría a su amada cerca y deslumbrada para siempre.  

El problema y malestar que se originó con los protestantes holandeses se agravó debido a los desmanes del duque de Alba. Por poner un ejemplo, se cuenta que convenció a los habitantes de una ciudad para que se rindieran, asegurándoles que no les pasaría nada, y luego los masacró.

Los Países Bajos lograron su independencia tras la Guerra de los 80 años (1568-1648) y se convirtió en una potencia en el mar y en el comercio, mientras que el imperio español continúo desangrándose.

Estuve en una exposición en el Museo del Reino que reunió una serie de cuadros y esculturas sobre esta guerra que marcó un hito en la historia de Europa.

YouTube:

https://youtu.be/UhLiToKm59o

Aparecen las pinturas de los cuatro protagonistas de esta parte de la historia y algunos otros. A saber: Felipe II, Margarita de Parma –su hermanastra–, el duque de Alba y el príncipe Guillermo de Orange-Nassau. Los personajes son parte de la historia hacia 1568.

Adicionalmente, es pertinente aclarar que los hechos que marcaron la historia son reales; sin embargo, hay personajes que son producto de la imaginación creados para ayudar a explicar ciertos eventos.

Que tenga un domingo amable.

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