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                                                                                                                              Feliz navidad para grinchs

                                                                                                                              Mis amistades de “avanzada” me reprochan el entusiasmo con que asumo los rituales navideños, debe ser porque doy casting de impío y les parece una incoherencia el que le ponga tanto empeño a los aguinaldos para los allegados, más que asista a novenas y que haya escrito dramas y canciones respetuosas de las mitologías de la cristiandad.

                                                                                                                              Ciertamente, adquirí desde niño el gusto por las festividades navideñas inculcado principalmente por mi familia y reforzado por todo el ambiente celebrativo que en los diciembres se vivía en el barrio, en toda la ciudad, percibido por mi conciencia infantil tan natural como el florecimiento de las matas y los árboles en el patio de mi casa y, la verdad, desde entonces, como ahora, he interiorizado las celebraciones como un evento cultural más que como conmemoración religiosa y, en la práctica, todo el mundo se deja llevar por la inercia laica del festejo, más aún desde que la economía de mercado convirtió el significado de la navidad en la mejor temporada comercial del año, pagana como todo lo que toca la fe capitalista.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Hace un tiempo leí un ensayo de Miguel Ángel Asturias en el que demostraba que en Latinoamérica, pese a la evangelización balurda y sangrienta que padecieron los nativos durante la conquista, en tanto los indígenas, los afros y los mestizos integraron la religión a sus cosmogonías, le ponen más ahínco y sabor a la celebración de las efemérides católicas que los europeos. A mi familia le tocó la tradición navideña española, pero recuerdo que fui consciente cuando en los sesenta se dio la transición de las imágenes del pesebre a la decoración de la casa con iconografía de las navidades nórdicas: el arbolito, la corona de pino, la estrella de cinco puntas.

                                                                                                                              Nadie nos explicó que el catolicismo de la renovación luterana en el norte de Europa, en donde no veneran a la virgen María y tachan de idolatría el uso de las imágenes en los templos. Por lo mismo tampoco la de San José, la de los Reyes Magos, ni siquiera del niño Dios, pero al fin y al cabo impusieron la iconografía de su ámbito invernal: la nieve, los pinos, los renos, el verde y el rojo, simbología que Inglaterra adoptó y exportó a su colonia en América. Ergo, aquí nos llega como otro insumo de la penetración cultural que entre las estrategias de la Guerra Fría practicó el imperio gringo.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Yo considero que el símbolo con el que se posiciona el capitalismo en la navidad es Santa Claus, funciona perfecto como un dummy jalador de clientes, aunque los mercadotecnistas astutos de El Vaticano le hayan creado el cuentico de San Nicolás, y otros lo refuercen con la fábula del presunto cuarto rey mago, su pinta y sus maneras de personaje logotipo lo posicionan como el carácter al servicio de los negocios navideños, tan pagano y mundano como lo es Juan Valdés para el café colombiano.

                                                                                                                              La Iglesia católica, amangualada con los poderes del Mercado y sirviéndose de la sociedad de consumo, usa y abusa de la apropiación popular de la navidad. No obstante la gente, como gregarios que somos, convertimos la navidad en una ocasión para el encuentro, en un ágape a favor del placer, del esparcimiento y de la sana evasión. Festejos humanizados en lúdicas parecidas a la de los carnavales, tan interiorizada, tan contagiosa que hasta los militantes del ateísmo terminan imbuidos en el jolgorio.

                                                                                                                              En los noventa los jóvenes de la que se llamó generación X se mostraron seguidores del Grinch, un personaje popularizado por el cine de Hollywood, duende de color verde que odiaba la navidad. Entonces la gente Grinch deplora el frenesí consumista durante las ventas navideñas, reniega de las hipocresías manifiestas por los que en navidad se esfuerzan por ser caritativos y dan limosnas resaltando su superioridad sobre el mendigo, o procurando un reconocimiento o expiando su naturaleza codiciosa. A la larga tienen razón los Grinch, aunque las consignas que practican las adoptaron de este personaje también proveniente del consumismo capitalista. A la larga también, pese a dicha renuencia a integrarse a la ritualidad navideña, por algún lado y de muchas maneras terminan contagiados de la momentánea felicidad que irradia la navidad.

                                                                                                                              DESDE AQUÍ LE DESEO FELIZ NAVIDAD TAMBIÉN A LOS GRINCH Y A LOS ATEOS.

                                                                                                                              Mis amistades de “avanzada” me reprochan el entusiasmo con que asumo los rituales navideños, debe ser porque doy casting de impío y les parece una incoherencia el que le ponga tanto empeño a los aguinaldos para los allegados, más que asista a novenas y que haya escrito dramas y canciones respetuosas de las mitologías de la cristiandad.

                                                                                                                              Ciertamente, adquirí desde niño el gusto por las festividades navideñas inculcado principalmente por mi familia y reforzado por todo el ambiente celebrativo que en los diciembres se vivía en el barrio, en toda la ciudad, percibido por mi conciencia infantil tan natural como el florecimiento de las matas y los árboles en el patio de mi casa y, la verdad, desde entonces, como ahora, he interiorizado las celebraciones como un evento cultural más que como conmemoración religiosa y, en la práctica, todo el mundo se deja llevar por la inercia laica del festejo, más aún desde que la economía de mercado convirtió el significado de la navidad en la mejor temporada comercial del año, pagana como todo lo que toca la fe capitalista.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              No tiene caso intentar aquí una explicación de la navidad, pues con seguridad en las sesiones editoriales de la prensa mundial abundan artículos de todo bando, los creyentes haciendo apologías de los símbolos evangélicos prevalentes en la civilización, mentando a Francisco de Asís como creador del primer pesebre -o sea, el inventor de la Navidad- y, por su parte, los agnósticos desacralizando la conmemoración con demostraciones historicistas de errores en las fechas y de las fusiones convenientes que hizo El Vaticano de la conmemoración del nacimiento de Cristo con efemérides paganas.

                                                                                                                              Hace un tiempo leí un ensayo de Miguel Ángel Asturias en el que demostraba que en Latinoamérica, pese a la evangelización balurda y sangrienta que padecieron los nativos durante la conquista, en tanto los indígenas, los afros y los mestizos integraron la religión a sus cosmogonías, le ponen más ahínco y sabor a la celebración de las efemérides católicas que los europeos. A mi familia le tocó la tradición navideña española, pero recuerdo que fui consciente cuando en los sesenta se dio la transición de las imágenes del pesebre a la decoración de la casa con iconografía de las navidades nórdicas: el arbolito, la corona de pino, la estrella de cinco puntas.

                                                                                                                              Nadie nos explicó que el catolicismo de la renovación luterana en el norte de Europa, en donde no veneran a la virgen María y tachan de idolatría el uso de las imágenes en los templos. Por lo mismo tampoco la de San José, la de los Reyes Magos, ni siquiera del niño Dios, pero al fin y al cabo impusieron la iconografía de su ámbito invernal: la nieve, los pinos, los renos, el verde y el rojo, simbología que Inglaterra adoptó y exportó a su colonia en América. Ergo, aquí nos llega como otro insumo de la penetración cultural que entre las estrategias de la Guerra Fría practicó el imperio gringo.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Yo considero que el símbolo con el que se posiciona el capitalismo en la navidad es Santa Claus, funciona perfecto como un dummy jalador de clientes, aunque los mercadotecnistas astutos de El Vaticano le hayan creado el cuentico de San Nicolás, y otros lo refuercen con la fábula del presunto cuarto rey mago, su pinta y sus maneras de personaje logotipo lo posicionan como el carácter al servicio de los negocios navideños, tan pagano y mundano como lo es Juan Valdés para el café colombiano.

                                                                                                                              La Iglesia católica, amangualada con los poderes del Mercado y sirviéndose de la sociedad de consumo, usa y abusa de la apropiación popular de la navidad. No obstante la gente, como gregarios que somos, convertimos la navidad en una ocasión para el encuentro, en un ágape a favor del placer, del esparcimiento y de la sana evasión. Festejos humanizados en lúdicas parecidas a la de los carnavales, tan interiorizada, tan contagiosa que hasta los militantes del ateísmo terminan imbuidos en el jolgorio.

                                                                                                                              En los noventa los jóvenes de la que se llamó generación X se mostraron seguidores del Grinch, un personaje popularizado por el cine de Hollywood, duende de color verde que odiaba la navidad. Entonces la gente Grinch deplora el frenesí consumista durante las ventas navideñas, reniega de las hipocresías manifiestas por los que en navidad se esfuerzan por ser caritativos y dan limosnas resaltando su superioridad sobre el mendigo, o procurando un reconocimiento o expiando su naturaleza codiciosa. A la larga tienen razón los Grinch, aunque las consignas que practican las adoptaron de este personaje también proveniente del consumismo capitalista. A la larga también, pese a dicha renuencia a integrarse a la ritualidad navideña, por algún lado y de muchas maneras terminan contagiados de la momentánea felicidad que irradia la navidad.

                                                                                                                              DESDE AQUÍ LE DESEO FELIZ NAVIDAD TAMBIÉN A LOS GRINCH Y A LOS ATEOS.

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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