“Hermano Francisco”, dice el hermano Gato y el hermano Perro y el hermano Pájaro y la hermana Tierra y el hermano Viento y el hermano Fuego...,”tomaste el nombre del pobrecito de Asís, nuestro protector, cuando fuiste designado papa...y nos llenaste a todos de esperanza cuando supimos que ya no calzarías las babuchas Prada de Benedicto 16 sino tus arrugados mocasines negros de cuero ordinario y que ya no dormirías en los palacios de mármol sino en un sencillo aposento de seminarista, atendido por monjitas descalzas. Tu encíclica Laudato si, manifiesto ecológico urgente y pertinente, habla de nuestro planeta como nuestra Casa Común, desde una sensatez que hasta ayer nos parecía generosa y visionaria. Pero ahora, hermano Francisco, has salido a decir que quienes se ocupan de esas personas-no-humanas que somos nosotros -las mal llamadas mascotas- son unos egoístas pues no contribuyen en la producción de personas-humanas para garantizar la continuidad de la especie...tu especie, la misma que ha superpoblado la Casa Común y que la está depredando y degradando a pasos agigantados e irreversibles. Hermano papa, un poco de coherencia es lo único que te pedimos las criaturas que tu santo patrono tanto amaba”...
Hace unos años publiqué en este mismo diario un artículo que titulé “El Undécimo Mandamiento”, en el que elencaba las 10 principiales causas que me habían llevado a la apostasía del catolicismo...sumada a una última directriz de la iglesia que prohibía disponer de las cenizas de nuestros seres queridos donde nos dé la gana. Ahora resulta que quienes amamos a nuestras mascotas-amuletos y decidimos (como el propio Francisco) no reproducirnos, somos egoístas, condenables...y deshumanizados.
Quizás he debido titular esta columna “El Decimosegundo Mandamiento”… y así, vamos sumando.