Recuperar la Fiscalía, el Ejército… y la dignidad
¿Es desproporcionado comparar la política de falsos positivos del Ejército con el plan Bolsillos de Cristal, impulsado en la Fiscalía General de la Nación (FGN) bajo la dirección de Néstor Humberto Martínez (NHM)? Esta duda surge de mi interpretación del libro Recuperar tu nombre (Penguin Random House, 2024) de Juan Álvarez, y de los testimonios de las víctimas del macrocaso 03 (Asesinatos y desapariciones forzadas presentadas ilegítimamente como bajas en combate) ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) en Antioquia.
Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.
¿Es desproporcionado comparar la política de falsos positivos del Ejército con el plan Bolsillos de Cristal, impulsado en la Fiscalía General de la Nación (FGN) bajo la dirección de Néstor Humberto Martínez (NHM)? Esta duda surge de mi interpretación del libro Recuperar tu nombre (Penguin Random House, 2024) de Juan Álvarez, y de los testimonios de las víctimas del macrocaso 03 (Asesinatos y desapariciones forzadas presentadas ilegítimamente como bajas en combate) ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) en Antioquia.
Dos razones sugieren que exagero: una es expuesta por el mismo autor, quien narra las inconsistencias del proceso judicial de su padre, Fernando Álvarez: “¿Por qué no es posible encontrar una sola investigación periodística que avale la afirmación de NHM, según la cual su programa Bolsillos de Cristal ‘desmanteló’ los clanes de corrupción regionales?”. Es decir, no se conocen cifras de tinglados judiciales desprendidos de Bolsillos de Cristal. Sobre falsos positivos, según el cruce de datos de la JEP, el universo provisional es de 6.402 víctimas. Y lo obvio: el asesinato de miles de civiles inocentes perpetrado con dinero de nuestros impuestos y por la institución cuyo mandato es protegernos, sacude los cimientos morales de cualquier sociedad.
Sin embargo, considero que existen al menos cinco argumentos que permiten el símil. El primero es la vulnerabilidad de las víctimas. En una de las audiencias en Antioquia, el magistrado Óscar Parra enunció con precisión: no hay falsos positivos de estrato 6, evidencia del ensañamiento con los más desprotegidos. Álvarez se pregunta por las víctimas de montajes judiciales que no tienen el soporte jurídico e intelectual que tuvo su padre, para comprender que son manipuladas por un sistema. No todos tienen “cuello blanco”.
En segunda instancia, el escritor expone causa y efecto: “El pantano venía siendo poblado en clave de sicariato judicial: imputar al que fuera que pudiera dar un buen titular”. Tanto los montajes judiciales como las “bajas en combate” son resultados en busca de tinta, cámaras y micrófonos para elevar ante la opinión pública la imagen de personajes como NHM, Mario Montoya o Álvaro Uribe. Los medios fuimos cómplices de esa maquinaria destructiva, incapaz de rectificaciones.
Tercero, la muerte. El macrocaso 03 se ocupa de muertes físicas, pero quienes van a las audiencias han padecido durante años la muerte moral. Madres que fallecen esperando el regreso de sus hijos, mientras la FGN congela investigaciones o deja cuerpos sin identificar per sæcula sæculorum. Recuperar tu nombre relata un caso (aún en proceso) de un asesinato moral.
Cuarto, dudar de la integridad moral de un ser amado. “La enredadera en mi cabeza a veces me detenía y me obligaba a preguntarme: el viejo ¿pudo haberse equivocado y ser responsable penal de algo?”, escribe Álvarez. La sospecha inicial es una constante en muchas madres: “¿Será que mi hijo sí fue guerrillero?”.
El quinto y más relevante: recuperar un nombre, encontrar el lugar de la dignidad. La sociedad y las instituciones juzgaron a inocentes que fueron engañados y asesinados dentro de una política macabra; con frecuencia, los medios manchamos nombres en casos prefabricados sin contrastar fuentes (¡es una de las denuncias más graves del libro!).
“Las cárceles son depósitos vivos de relatos de inocencia”, escribe Álvarez. Los ríos, cementerios y fosas comunes de pueblos también lo son… pero sin vida.