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Los juegos del gas

Arlene B. Tickner
27 de julio de 2022 - 05:10 a. m.

La evolución de la guerra en Ucrania ha puesto de presente la centralidad de la dependencia energética para el juego geoestratégico entre Rusia y Europa occidental. Sin embargo, más que el petróleo, el gas natural se ha materializado como su foco más crítico. A diferencia del crudo, cuya sustitución es desafiante más no imposible, el gas ruso resulta irremplazable en el corto plazo, razón por la cual la mayoría de gobernantes europeos han sido reacios a dejar de comprarlo. Al tiempo que el continente importa en promedio un 40% de este recurso de Rusia, las industrias del cemento, vidrio, hierro y química dependen en alta medida de su disponibilidad.

En el caso específico de Alemania, la descarbonización y el cierre de plantas nucleares durante los últimos años conllevaron a la intensificación en el uso de gas natural, considerado un puente entre los combustibles fósiles de alta emisión y las fuentes renovables aún no desarrolladas a plenitud. Para empresas como BASF, una de las multinacionales químicas más grandes del mundo, el modelo de negocios existente depende del gas barato de Rusia para generar energía y para lo que manufactura. Considerando que las empresas químicas están en la cima de las cadenas de suministro industrial, una disrupción en sus actividades tendría efectos devastadores.

Desde hace algunos meses, justo por su importancia y por la dificultad de reemplazarlo, Putin ha comenzado a concentrar su estrategia de retaliación económica en el gas natural. Si bien Rusia tampoco puede vender este recurso, sino a Europa, no constituye una fuente tan importante de ingresos como el petróleo. Así, reducir el volumen o dejar de venderlo completamente para estrangular a las economías europeas es visto como fuente de ganancia en relación con el costo propio que implica.

En reflejo de lo anterior, el anuncio reciente de Gazprom de que planea reducir el suministro de gas por el oleoducto Nordstream 1 a 20% de su capacidad, la mitad del flujo actual, amenaza con encarecer los precios de por sí altos de energía y alimentos, y con agudizar la recesión que ya se asoma. Ante este escenario, Europa y sobre todo aquellos que más dependen del gas ruso han comenzado a preparar planes de choque para la escasez durante el invierno, incluyendo el racionamiento de energía y el cierre de industrias. Además de agudizar la desaceleración económica, la inflación y el descontento social, la jugada de Putin puede también generar retrocesos en las metas de reducción de emisiones ante la necesidad de reanudar el uso de carbón para atender la emergencia, algo políticamente gravoso en términos de la vocería que ha ejercido la Unión Europea en el tema ambiental a nivel internacional.

Si bien la situación descrita constituye una suerte de callejón sin salida, al menos en el futuro inmediato, desde un lente más propositivo podría pensarse que la guerra ucraniana y el chantaje ruso en torno al gas natural también están dando un empujón inesperado para que se acelere la transición energética del continente europeo y del mundo. Queda por verse qué tan rápido pueda darse el salto a las energías renovables limpias, pero no cabe duda sobre su urgencia.

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