¿Contra el crecimiento económico?

Armando Montenegro
09 de febrero de 2020 - 05:00 a. m.

En los últimos años ha surgido una corriente de activistas e intelectuales que se oponen o, al menos, cuestionan seriamente el sitio preponderante que tradicionalmente ha tenido el crecimiento económico en las metas de los gobiernos, las prioridades de los economistas y la política económica.

Los más radicales de los países desarrollados sostienen que el crecimiento económico es dañino. Este es el argumento de numerosos ambientalistas convencidos de que expandir la producción y el consumo acelera el calentamiento global y nos acerca al fin de la vida en el planeta. Prefieren, por lo tanto, que se sacrifique el crecimiento, se frene el consumo de combustibles fósiles y decline la producción de sectores contaminantes. Insisten en que, frente a la magnitud del desafío, no están dadas las condiciones para adoptar medidas que introduzcan gradualmente fuentes de energía alternativa.

Destacados intelectuales, más moderados, plantean que buena parte de los problemas recientes, no solo los ambientales, se han generado por el afán de buscar el crecimiento a toda costa. Los premios Nobel Banerjee y Duflo, por ejemplo, señalan que con ese propósito se han reducido los impuestos a los ricos y a las empresas, se han elevado los desequilibrios fiscales, han aumentado la desigualdad y la presión sobre los recursos naturales. Sin renegar del crecimiento, estos economistas recomiendan que los gobiernos cambien ese énfasis y le den prioridad a recomponer el tejido social, a atender a los pobres y los grupos más débiles de la sociedad.

En los países en desarrollo, con alta pobreza, donde es demasiado costoso renunciar al crecimiento, se plantea que bajo ciertas condiciones es posible reducir el conflicto entre el crecimiento y las metas ambientales. El ideal del “crecimiento verde” se alcanzaría si se introducen en forma gradual las tecnologías limpias y se imponen patrones de consumo no contaminantes. Este es el planteamiento difundido por entidades como el Banco Mundial, la OCDE y varios documentos del DNP en Colombia.

En nuestro país, sin embargo, se escuchan voces radicales, dispuestas, incluso, a sacrificar el crecimiento por alcanzar rápidamente ciertas metas ambientales. Hay quienes piensan que se debería suspender o reducir drásticamente la producción de petróleo y carbón, prohibir el fracking y establecer fuertes impuestos al carbono, medidas que si se implementan en forma agresiva podrían hacer que el crecimiento del PIB llegue a ser negativo y que aumenten la pobreza y los déficits públicos. En el ámbito local, se plantea con insistencia que se mantengan la autopista Norte y la carrera Séptima —hoy totalmente copadas— como las únicas salidas hacia el norte de Bogotá, con un enorme costo económico y social para sus habitantes.

En apoyo a las ideas del crecimiento verde, hay que reconocer que en el corto plazo es imposible poner en marcha nuevos sectores, ambientalmente limpios, que puedan impulsar el crecimiento del PIB, y así compensar rápidamente un abrupto marchitamiento del sector petrolero y carbonero, como lo proponen los más radicales, algo que, además, causaría graves traumatismos económicos y sociales. De todas formas, aunque la gradualidad es inevitable, es necesario tomar, cuanto antes, numerosas decisiones para acelerar el cambio de los patrones históricos de producción y consumo.

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