El capitalismo en una manzana

Arturo Charria
24 de mayo de 2018 - 03:15 a. m.

Yo sentí el peso inmaterial del capitalismo cuando no pude comprar una manzana en la cafetería de la universidad, del mismo modo como otros comprenden la gravedad cuando descubren que las cosas no caen hacia arriba.

Cuando llegó mi turno frente al mostrador, pedí a la cajera una manzana. Me respondió: “No hay”. Pensé que no me había escuchado, entonces repetí:

–Una manzana, por favor–, fijándome en el sonido de cada sílaba.

–No hay.

–Pero, señora, están detrás de usted.

–Esas manzanas no están en el sistema, no las podemos facturar, señor–. Su respuesta fue magistralmente impasible, como si se tratara de un cirujano que limpia una pequeña herida.

Luego me preguntó si deseaba alguna otra cosa.

Preso de mi frustración, renuncié a mi solicitud y me fui caminando al edificio en donde tenía la cita; mientras subía rampas y escaleras, pensaba en lo que acababa de ocurrir. La respuesta de la cajera era tan contundente como cierta; era casi un axioma del mercado actual, que cada vez es más inasible. Un producto no existe en su condición material, sino que su existencia está condicionada por su registro en un sistema que hace posible su transacción. Por tanto, esa manzana no existía por el hecho de haber sido cultivada, o por la cantidad de trabajo y de personas que estuvieron involucradas en su producción y distribución, sino por estar en un “sistema”.

Trataba de armar una cita que diera sentido a mi experiencia: “Las cosas existen porque podemos nombrarlas”; “antes de la materia está el lenguaje que le da un lugar en el mundo a los objetos”. Sin embargo, acá la experiencia no estaba mediada por el lenguaje o por la materia, sino por su condición abstracta y por su capacidad de existir virtualmente. Para que la manzana existiera, primero tenía que ser registrada y codificada, no importaba su piel, su pulpa y su semilla; incluso podría pudrirse ante nuestros ojos si no entraba al sistema. La situación resultaba fascinante, al tiempo que me estremecía.

Recordé que Karl Marx fue el primero en estudiar esta condición inmaterial que tienen los objetos que se transforman en mercancías. En El capital estableció que el valor de una mercancía no estaba determinado por el uso que ésta tiene, sino por lo que estamos dispuestos a pagar para obtenerla. A esto último llamó “valor de cambio”, condición que vuelve abstractos los objetos: son una representación de sí mismos y su función está en producir deseo en los individuos, afirma el filósofo alemán. Por eso la manzana contiene el sentido esencial del sistema capitalista, porque es una representación de algo que no existe a menos que pueda ser cambiado; su deseo crece a medida que se vuelve inalcanzable. De modo que podríamos afirmar que es más real la manzana que vemos exhibida en los estantes virtuales de Rappi que aquella que no existía para la cajera de la cafetería de la universidad.

charriahernandez@hotmail.com

@arturocharria

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