Desde hace una década en Colombia se ha comenzado a promover la enseñanza del pasado reciente en las aulas de clase. Especialmente, la construcción de paz y la memoria de las víctimas.
En mayo de 2015 surgió la Cátedra de la Paz, esta consiste en una variedad de temas que las escuelas seleccionan de acuerdo con su contexto como pretexto pedagógico para desarrollar en sus estudiantes competencias que deberían ayudar a no repetir el conflicto. Posteriormente, en 2017 se revivió la discusión por la enseñanza de la historia de Colombia. Ese año se aprobó la Ley 1874 que estableció “la enseñanza de la historia de Colombia como una disciplina integrada a las ciencias sociales”. Entre sus objetivos está: “Promover la formación de una memoria histórica que contribuya a la reconciliación y la paz en nuestro país”.
Estas normas pretendían ambientar la reflexión sobre el posconflicto en las aulas de clase. Pero la realidad del sistema educativo está por encima de los decretos que intentan moldearla. Como todo lo relacionado con la implementación del acuerdo de paz, la enseñanza de la memoria histórica en las aulas también está enredada. Por un lado, están los problemas logísticos: ¿Quién debe enseñarla? ¿Qué se enseña? ¿Cómo se enseña? Y, por otro lado, discusiones que están más cerca de la gramática que de la historia: ¿Cómo conjugar los verbos para hablar de la guerra? ¿Cómo hablar de un pasado que sigue ocurriendo?
Basta con recordar la persecución que vivió en abril del año pasado una docente en Cali por poner una tarea sobre falsos positivos. Inmediatamente fue estigmatizada y acusada de “adoctrinar” a sus estudiantes, la polémica fue aprovechada por sectores políticos para atacar a FECODE.
La situación de la profesora evidencia la dificultad de abordar ciertos temas que hacen parte de nuestro pasado reciente y la falta de materiales para hacerlo de manera adecuada. Podemos pensar en la frase que llenó paredes durante el estallido social de 2021 y que serviría como hilo conductor en una clase de memoria histórica: “Nos están matando”.
La frase escrita está en presente continuo, es decir, se refiere a situaciones que están ocurriendo en todo momento. Interpela al lector, lo advierte y lo involucra, pues el uso del plural implica que esas muertes también son parte de “sus” problemas. La conjugación del verbo “matar”, se convierte en un grito que “nos” hace preguntar ¿en dónde?, ¿a quién matan?, ¿quiénes los ejecutan?, ¿soy ese otro que están matando?
Enseñar el pasado en Colombia es hablar en presente continuo. Pues no se trata de algo que pasó, sino que se repite. Es un acto de simultaneidad, un caerse dos veces con la misma piedra y saber que eso iba a ocurrir. Como lo advierte el protagonista de un cuento de Julio Cortázar “eso ya lo había tocado mañana”. En el caso de Colombia, un profesor diría: “Ese asesinato ya lo había enseñado mañana”.
Puntilla. No sorprenden los mensajes en las vallas de los candidatos al congreso. Son un reflejo de lo que allí ocurre: groserías, ataques personales, mentiras y estigmatización.