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El Pacto Histórico y los desafíos planetarios (8)

La democratización del saber y la política del conocimiento

Arturo Escobar
30 de noviembre de 2022 - 09:29 p. m.

El Programa de Gobierno del Pacto histórico (PPH) es una inusual invitación a pensar. Nos convoca a pensar sobre otras Colombias y mundos posibles. Al postular, como lo hace en sus documentos sobre política de Ciencia, Tecnología e innovación (CTI), que es necesario reorientar sustancialmente las políticas consuetudinarias en este campo, pues han sido funcionales a modelos socioeconómicos capitalistas y a la explotación de la naturaleza, el PPH nos invita a pensar críticamente sobre la relación entre ciencia, tecnología, sociedad y vida. Igualmente lo hace cuando se pregunta: ¿CTI para qué, cómo y con quienes?

Desde Platón, la filosofía ha mantenido que el conocimiento se adquiere a partir de una investigación desinteresada que requiere el distanciamiento entre sujeto y objeto, observador y observado. Sin embargo, esta convicción, cimentada por Bacon y Descartes, fue revaluada por la cibernética de segundo orden (caracterizada como “la observación de la observación”), que postulara la imposibilidad de un observador completamente separado de la realidad. Para los originales biólogos chilenos Maturana y Varela, hay una continuidad ininterrumpida entre ser, hacer y conocer. Hoy en día, se dice que todo conocimiento es situado o encarnado, y a este principio se refiere la noción de “sentipensar” descubierta por Orlando Fals Borda entre los pobladores de las ciénagas del Caribe. Es decir, no podemos separar mente, cuerpo y mundo; desde esta perspectiva, la objetividad proclamada por la ciencia es una ilusión.

Profundicemos un poco. De acuerdo a filósofos como Martin Heidegger, la separación entre observador y observado, entre humano y naturaleza, se fundamenta en una concepción de la realidad albergada en el mismo corazón de la modernidad. Esta ontología es tal que ineludiblemente predispone al “hombre” a acercarse a la naturaleza con una actitud calculadora, como un “recurso” a ser explotado. Así, el hombre moderno no ve el río por lo que es, sino como potencial para generar energía (las hidroeléctricas), y un territorio aparece como un depósito de minerales a ser extraídos. La actitud científica que investiga la naturaleza como un entramado de fuerzas calculables surge de la misma matriz civilizatoria.

Desde este punto de vista, la coyuntura planetaria es una metacrisis del mundo diseñado por las sociedades capitalistas, con su visión del humano como naturalmente competitivo, calculador y separado del mundo natural. Aunque la ciencia y la tecnología tienen sus propias dinámicas, ha habido una innegable articulación histórica entre ellas, en la medida en que la investigación básica alimenta los desarrollos tecnológicos y estos a su vez influyen sobre las agendas científicas. Para dar unos ejemplos, la física fue esencial al desarrollo de los combustibles fósiles (causa directa del colapso climático), y la biología y la química han propiciado sistemas agrícolas cuyos impactos sociales y ambientales nocivos ya no pueden ser encubiertos por sus realizaciones, para no mencionar la estrecha relación entre ramas de la matemática y la física con el gran “complejo militar-industrial”. Los científicos, de este modo, no son “espíritus puros” aislados del mundo en sus laboratorios, desde donde producen verdades objetivas y neutrales. En el espacio que se abre entre el laboratorio y sus aplicaciones se ha diseñado el mundo globalizado, el mismo que hoy en día está activamente produciendo su propia destrucción.

Surge la pregunta: Dada la inclinación existencial de la cosmovisión moderna hacia la explotación del humano y la naturaleza, ¿es posible reorientar las políticas de CTI para que estén al servicio de una economía para la vida y el cuidado de la tierra? Dicha reorientación es extremadamente difícil, pues va a contracorriente de una larga historia de incuestionadas premisas validadas por los impresionantes logros de la tecnociencia moderna. Pero es crucial intentarlo. De hecho, en la misma tendencia de la tecnología a la apropiación yace la posibilidad de transcenderla, pero esta tarea demanda tomar conciencia de que estamos atrapados en este modo de ser que privilegia la apropiación y el control y, yendo más allá, imaginar un camino hacia otro destino humano y del mundo. Este es un elemento decisivo en lo que muchos intelectuales y movimientos sociales llaman transición civilizatoria.

Los debates actuales han arrojado valiosos principios para esta ingente tarea, tales como la justicia epistémica, la democratización epistémica de las instituciones y la educación, una academia pluriversal que acoja la multiplicidad de saberes (pluriversidades más que universidades), el diseño de formas de CTI desde y para la protección y potenciación de los territorios y atención a conocimientos derivados del sentipensar, la intuición y la sacralidad, entre otros. Algunas de las estrategias vislumbradas por el PPH van en esta dirección. Como explicara recientemente el doctor Gustavo González, director del Capacidades y Apropiación del Conocimiento del Ministerio de CTI, estas contemplan políticas organizadas en “misiones” para apoyar la transformación energética, la bioeconomía y los ecosistemas sostenibles, el derecho a la alimentación, la soberanía sanitaria y la paz total (https://www.youtube.com/watch?v=ZlVee4zJnNY). También incluyen políticas integrales para los saberes ancestrales, múltiples criterios de evaluación de la producción científica y la apropiación social del conocimiento en aras de subsanar brechas territoriales, étnicas y de género.

Un elemento fundamental de la reorientación de las políticas de CTI hacia otro modelo de sociedad son las TIC y la inteligencia artificial (tecnologías digitales). Para el PPH, es obligatorio “democratizar el espacio virtual: producir en red para conectar con el saber y los circuitos globales”. Este ideal no es solamente cuestión de infraestructura o de cerrar brechas de conectividad, aunque estos objetivos son importantes. El desafío es mucho mayor. La preponderancia de los “datos” no solo está reemplazando al conocimiento como forma de pensar, están refundando todo lo que hacemos con base en algoritmos computarizados. Todas nuestras actividades —salud, viajar, aprender, comprar, divertirse, ciudades, la policía, el internet, etc.— están hondamente predeterminadas por algoritmos matemáticos, los cuales —a nombre de la objetividad de los big data— encarnan la cosmovisión capitalista, individualista y calculadora. Es así como aceptamos sin reflexionar una infraestructura tecnológica intensiva en el uso de energía y minerales cuyo efecto es acelerar la vida, intensificar el consumo, acrecentar nuestro tiempo en pantalla, automatizar los trabajos, y todo esto para el beneficio del 10 % más rico del mundo y del país. ¿Es esto lo que conlleva la conexión con circuitos globales?

Muchos grupos sociales y de jóvenes ya están incursionando en otros territorios digitales donde es posible cierto grado de resistencia a la algoritmización de la vida cotidiana desde lo político y lo social. Algunas y algunos de estos jóvenes se han percatado de que el mundo ya no necesita más individuos “exitosos” en mercados globalizados, sino sanadoras/es, cuidadores, innovadores y regeneradoras de la urdimbre de la vida, es decir, personas conscientes de su interdependencia con todos los seres vivos (“Soy porque somos”). La academia debe abordar seriamente la tarea de formar jóvenes capaces de asumir estas otras identidades y tareas cuidadoras.

Todas y todos tenemos la capacidad de pensar, y pensar de otro modo. Imaginemos a Colombia como una gran Casa del Pensamiento, un pensamiento y una ciencia para la vida, donde podamos cultivar múltiples saberes para un mundo hecho de muchos mundos. Adentrarse en esta senda implica un intenso proceso político y conversaciones serias sobre la aceptación de límites en el uso de materiales y energía, adumbrando sociedades conviviales que sepan reestablecer el balance entre todas las dimensiones de lo humano, entre los humanos, y entre estos y el mundo natural. Esto significa pasar de la cosmovisión de una Tierra desechable a la comprensión de la Tierra como un cosmos vivo, el inmenso hábitat donde podamos reaprender el arte de habitar junto con todo lo vivo.

Arturo Escobar

Por Arturo Escobar

Investigador-activista de Cali, Colombia, interesado en las luchas territoriales contra el extractivismo, las transiciones pospatriarcales, posdesarrollistas y poscapitalistas y el diseño ontológico. Miembro de la Academia Americana de Artes y Ciencias.

 

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