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                                                                                    Colombia +20

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                                                                                                                              Autocrítica, ¿qué es eso?

                                                                                                                              La senadora de la derecha le aúlla “narcoterrorista” al excomandante fariano. Las barras de la Comisión de Paz ripostan: “Paraca”. El escenario, la protagonista, los defensores del antagonista, todo revela la crispación que subsiste luego de la desmovilización de la guerrilla.

                                                                                                                              La izquierda deplora que el establecimiento no cumpla con lo pactado. La derecha asume que el gobierno anterior entregó el país a los rebeldes. De uno y otro lado se sienten trampeados. A la menor chispa, en el evento más inesperado, se alzan las llamaradas. El país alcanzó a respirar un tris de paz, solo para comprobar que no hay tal, que los colmillos siguen afilados.

                                                                                                                              Es claro que la pandilla más recalcitrante de los dueños del país les entregó a regañadientes el trabajo sucio de firmar la paz a sus socios más liberales. Es indiscutible que los alzados dieron a fundir las armas e inclinaron la cabeza ante las instituciones que habían jurado demoler.

                                                                                                                              Pero eso no fue la paz. ¿Por qué? Es raro que nadie haya advertido la causa lejana de esta sinsalida. Los del No –para llamarlos de alguna manera mayúscula– escriben pancartas: “La paz sí pero no así”. Y amplían que quieren cárcel para sus enemigos. Los del Sí aguantan a la defensiva, marchan, alborotan las instancias internacionales, se parapetan en las cortesías de la democracia institucional.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              He aquí el nervio de nuestro contratiempo: las diversas facciones combinaron todas las formas de lucha y consideraron que la más elevada de ellas era la forma armada. Las extremas, de derecha e izquierda, blandieron machetes y tronaron fusiles. Las intermedias suministraron apoyo ideológico, echaron bendiciones teóricas a los brazos que tronchaban resuellos.

                                                                                                                              Esa es nuestra historia desde que somos república. “Así se templó el acero”, novelaría el general soviético Nikolái Ostrovski, puesto como ejemplo de superación proletaria luego de varias heridas de guerra y numerosas enfermedades. “¿No es verdad que es más honroso predicar la rigidez de Esparta que la libre disipación de Babilonia?”, escribiría Laureano Gómez, sumo agitador de nuestro conservadurismo.

                                                                                                                              Las extremas políticas colombianas no conocen la palabra “autocrítica”. Ninguna de las doctrinas que azuzaron las matanzas se ha lavado las manos apretadas. Mucho menos han registrado sus cerebros y corazones en busca de la hiel del odio. Por eso cuando se miran unas a otras saltan rayos. Por eso las gentes de la calle no pueden creerles, solo temerles.

                                                                                                                              Derechas e izquierdas le deben al país una tarea: mirar hacia dentro de sus concepciones fundacionales y castigar en ellas lo que haya de asesino, de opuesto a las libertades, de condenadamente antihumano.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              La senadora de la derecha le aúlla “narcoterrorista” al excomandante fariano. Las barras de la Comisión de Paz ripostan: “Paraca”. El escenario, la protagonista, los defensores del antagonista, todo revela la crispación que subsiste luego de la desmovilización de la guerrilla.

                                                                                                                              La izquierda deplora que el establecimiento no cumpla con lo pactado. La derecha asume que el gobierno anterior entregó el país a los rebeldes. De uno y otro lado se sienten trampeados. A la menor chispa, en el evento más inesperado, se alzan las llamaradas. El país alcanzó a respirar un tris de paz, solo para comprobar que no hay tal, que los colmillos siguen afilados.

                                                                                                                              Es claro que la pandilla más recalcitrante de los dueños del país les entregó a regañadientes el trabajo sucio de firmar la paz a sus socios más liberales. Es indiscutible que los alzados dieron a fundir las armas e inclinaron la cabeza ante las instituciones que habían jurado demoler.

                                                                                                                              Pero eso no fue la paz. ¿Por qué? Es raro que nadie haya advertido la causa lejana de esta sinsalida. Los del No –para llamarlos de alguna manera mayúscula– escriben pancartas: “La paz sí pero no así”. Y amplían que quieren cárcel para sus enemigos. Los del Sí aguantan a la defensiva, marchan, alborotan las instancias internacionales, se parapetan en las cortesías de la democracia institucional.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              He aquí el nervio de nuestro contratiempo: las diversas facciones combinaron todas las formas de lucha y consideraron que la más elevada de ellas era la forma armada. Las extremas, de derecha e izquierda, blandieron machetes y tronaron fusiles. Las intermedias suministraron apoyo ideológico, echaron bendiciones teóricas a los brazos que tronchaban resuellos.

                                                                                                                              Esa es nuestra historia desde que somos república. “Así se templó el acero”, novelaría el general soviético Nikolái Ostrovski, puesto como ejemplo de superación proletaria luego de varias heridas de guerra y numerosas enfermedades. “¿No es verdad que es más honroso predicar la rigidez de Esparta que la libre disipación de Babilonia?”, escribiría Laureano Gómez, sumo agitador de nuestro conservadurismo.

                                                                                                                              Las extremas políticas colombianas no conocen la palabra “autocrítica”. Ninguna de las doctrinas que azuzaron las matanzas se ha lavado las manos apretadas. Mucho menos han registrado sus cerebros y corazones en busca de la hiel del odio. Por eso cuando se miran unas a otras saltan rayos. Por eso las gentes de la calle no pueden creerles, solo temerles.

                                                                                                                              Derechas e izquierdas le deben al país una tarea: mirar hacia dentro de sus concepciones fundacionales y castigar en ellas lo que haya de asesino, de opuesto a las libertades, de condenadamente antihumano.

                                                                                                                              Read more!

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