Cuando hiede la política

Arturo Guerrero
17 de febrero de 2017 - 03:41 a. m.

Las relaciones entre la vida pública y la casa ofrecen oportunidades singulares al equilibrio de cualquier persona. Hay etapas de efervescencia en que la política se roba por completo las neuronas y el corazón. Son el predominio del animal de plaza que también es el hombre.

Hay, en cambio, períodos de calma chicha o, peor todavía, de náusea ante el hedor de gobernantes y candidatos. Es cuando la vida familiar y privada, el pequeño círculo, se ofrece como campo de valiosa febrilidad.

La ceguera consiste en no diferenciar entre los latidos de esta diástole y sístole. La perdición consiste en carecer de imaginación para abordar las dos dimensiones de una existencia balanceada.

Hay personas que se enclaustran en el ´zoon politicon´, una de las definiciones zoológicas en que los griegos clásicos enfilaban a los humanos. Transpiran ansia de poder, el mundo es para ellos una palestra donde nadie entiende idioma diferente al de la grandilocuencia de los discursos de balcón.

Para estos, la gama variopinta de los debates sociales se anquilosa en dos términos absolutos, carentes de reconciliación en esta vida y en la otra. La gente para ellos se divide entre fascistas y progresistas. El queso de la vida pública se deja cortar con cuchillo en dos pedazos filosamente delimitados.

Una vez alguien es clasificado en uno de estos dos compartimentos estancos, queda condenado por los siglos a ser teñido de las maldades o bondades de cada uno. A no ser que algún día se revele como traidor a su naturaleza seminal, con lo cual siempre será visto con recelo por ambas partes.  

La facción de los obstinados con la supremacía y el mando no consigue sosiego ni de día ni de noche. Como a su juicio, todo es político, la vida de entre casa les aparece como ocasión para restaurar fuerzas y preámbulo al sueño. Lo decisivo está afuera, en el ágora.

En la esquina contraria están los que menosprecian la política. Son animales domésticos, negados a la turbia corriente que corre por las calles e ignorantes sobre los peligros y dichas que estas aguas algún día traerán de puertas para adentro.

Amputados del curso de la historia, se consideran a resguardo de las decisiones que otros diseñan para convertir al país en cárcel o en concierto. Entre tanto, engrandecen sus vientres, ven fútbol en televisión y le pagan al siquiatra. Tal vez profesen algún culto, alguna doctrina de autoayuda.

Unos y otros, políticos y domésticos, son ejemplares recortados de humanidad. Suben y bajan en ánimo y en insomnio, de acuerdo con los ciclos endiablados de la astucia democrática o de las dudas sobre la fidelidad conyugal. Arrastran destinos unidimensionales.

Por fortuna es posible conciliar al ser público con el ser casero. No como sucede con la angustia de la bipolaridad que toma dominio sobre la persona y la zarandea a su arbitrio. Sino a manera de dos menús brindados de acuerdo con estaciones antojadizas.

Así, cuando se pudre la política, se abre la biblioteca del hogar para abismarse entre los más sublimes muertos y sus memorias de excelencia.

arturoguerreror@gmail.com

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