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El gringo que aprendió a no dar papaya

Arturo Guerrero
27 de enero de 2023 - 05:01 a. m.

Son 350 páginas holgadas, escritas por un gringo que llegó a Bogotá por pura casualidad en pleno auge y caída del monstruo llamado Pablo Escobar. Contienen la sulfurosa vida, pasión y aprendizajes de Mark Litwicki entre nosotros. En esta novela los personajes son ficticios, pero los sucesos son sus experiencias de verdad verdad.

Nació en Chicago y allá trabaja hoy como actor, dramaturgo y director de teatro. Se doctoró en lingüística y ejerció concienzudamente esta ciencia entre 1992 y 1995, en las calles cuchilleras del centro capitalino. Trajo un diccionario español-inglés, que no lo abandonó ni de día ni de noche.

Asimiló bastante. “Ejemplo: un día entras a la casa y Paola te dice, seriamente, que tienes que aprender a no dar papaya. Y le dices sorprendido, que no has dado ninguna papaya a nadie. ¡Tanta risa le da a la chica! Explica que está refiriéndose a tu costumbre de siempre andar por la calle con tu reloj Citizen puesto. Así que aprendes: aquí en Colombia ´dar papaya` quiere decir ´usar reloj`”.

A sus 30 años experimentó como víctima y periodista novel las furias narcas de las bombas en centros comerciales, la fuga de la cárcel de la Catedral, la muerte agujereada del capo sobre un tejado de Medellín. No les sacó el cuerpo a las bandas de atracadores de la diecinueve con quinta ni a las afiladas sombras nocturnas de La Candelaria ni a las rumbas de amigos engalanadas con cándidas yerbas, rones, perica y chicas pescadoras de gringos.

Se le formó una encrucijada en la cabeza: “Es que es muy difícil comprender cómo una gente puede tener -a pesar de todas las maldades y las indignidades que les toca aguantar todos los días- una habilidad, un verdadero talento de gozar la vida, de apreciar los momentos bellos. En ninguna parte del mundo has visto semejante capacidad de aprovechar al máximo una fiesta con amigos, una oportunidad de charlar, de bailar, de cantar”.

Las hormonas, ah sí, al gringo ojiverde que mide dos metros le caen todas las damas y él se deja mimar. “Te has dado cuenta de que en esta ciudad las mujeres son las más bellas que has visto en tu vida. En todos tus viajes, de Londres a Nueva York a Berlín a Tokio a Buenos Aires, jamás has visto tantas mujeres como las de Medellín… Mujeres de fuego y mujeres de nieve”.

Una de ellas, de Zipaquirá, lo subyugó en el último renglón del relato, le dio un hijo que no era suyo sino de un amigo y colega. Le hizo comprender el alcance de las figuras lingüísticas. “En Colombia las cosas que deben ser reales son metáforas, y las metáforas son realidades. La paz, la justicia, el orden: metáforas, todas. La catedral de sal, en cambio -una cosa que sin duda debe ser una metáfora- es en realidad una maldita catedral de sal… Existe en carne y hueso. Mejor dicho, en sal y más sal”.

En nota de contratapa el escritor Joe Broderick afirma que el protagonista de “Bogotano por accidente” (Taller de Edición Rocca, 2019) “experimenta algo que, en términos joyceanos, se llamaría una epifanía. El resultado es una novela luminosa”.

arturoguerreror@gmail.com

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