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Eldorado, el infierno del viajero

Aura Lucía Mera
17 de diciembre de 2012 - 11:00 p. m.

El nuevo aeropuerto Eldorado me recuerda la cárcel de mujeres de Jamundí, que he visitado dos veces, por motivos periodísticos. Es gris. Fría. Oscura. Desangelada.

Se camina sin fin por corredores que parecieran no llevar a ninguna parte. En los asientos de las salas de espera de los que no somos VIP por más millas que acumulemos, los pasajeros nos sentamos con la tristeza que proporciona una antesala quirúrgica. Si se quiere comer algo, esperando las horas de atraso, pues volver a caminar por esos pasajes grises y fríos. Nada más ausente de estética, luz, ambiente. Al responsable de su diseño lo deberían meter en un asilo, pues debe padecer de una depresión crónica incurable. Todo lo ve gris y frío.

Regresando de Ecuador el sábado pasado me di cuenta en carne propia. La mayoría de los aviones tuvieron que sobrevolar durante casi una hora, porque las pistas no dan abasto y, por si fuera poco, cierran una. El avión que aterrizaba de México tuvo que levantar de nuevo la trompa, pues casi al tocar tierra se encontró con otro avión parado en la pista asignada. Otra aeronave tuvo que hacer lo mismo. Después, una hora dentro del avión. Media hora más para que el busecito rojo recogiera a los que estábamos en tránsito. Y ahí sí “parió Paula”. Encerrados en “salas”, si es que se pueden llamar así, cientos de personas esperando llegar a Ibagué, Cúcuta, Santa Marta, Cartagena, Cali. Algunos llevaban más de ocho horas.

Las compañías aéreas no tienen la culpa. Son simplemente los chivos expiatorios de la incompetencia, desidia y falta de experiencia, por decir lo menos, de los directivos de la Aeronáutica. Castro y equipo. Ni Avianca, ni Taca, ni American, ni Satena, ni ninguna compañía aérea es responsable. Es Eldorado. No hay cama para tanta gente. Se llenan de justificaciones y mentiras. Les importan un pito la ira y el desespero de los pasajeros, porque saben que los chivos expiatorios son las aerolíneas y las pobres funcionarias de las salitas de espera que tienen que justificar las demoras y aguantarse los madrazos de las víctimas.

Los pilotos tienen que esperar más de una hora para que les autoricen despegar. Mientras tanto, los aires acondicionados del avión gastan toda su energía. Porque si encima los apagan, pues morimos ahogados en nuestra propia respiración.

Broche de oro. No llegaron las maletas. Ni las de México, ni las de Nueva York, ni las de Quito, ni las de Bucaramanga. Viva la Aeronáutica Civil. Felicitaciones a Santiago Castro y su equipo de burócratas. Felicitaciones a los arquitectos de la Cárcel de Eldorado. Feliz Navidad.

P.D. Lo insólito es que otros aeropuertos “internacionales” —como Cali, Medellín, Barranquilla— permanecen vacíos, como alma en pena. Cuando llegue la tragedia aérea, esa crónica anunciada, tal vez la Aeronáutica decidirá repartir equitativamente el tráfico aéreo colombiano. Felicitaciones, esas sí de corazón, a los controladores. Verdaderos héroes anónimos, víctimas también ellos de las marañas burocráticas terrestres.

 

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