La convicción de que alguna característica biológica o cultural nos hace mejores que otros proviene de un sistema educativo que aún la propaga o, simplemente, evita hablar de ello. Dentro, habita un precepto identitario paranoide, construido por generaciones como estrategia para mantener el territorio y sus recursos “a salvo” de los intrusos: la noción del muro que regula el tránsito y que a tantas personas todavía llama la atención, desde el cuerpo, la familia, la casa. La diferencia debe ser controlada, incluso con violencia, según ese discurso enfermizo, paulatinamente endémico por degeneración de capacidad crítica, que afirma que un dios o la naturaleza (hoy en día utilizados indistintamente) hizo las cosas así desde el principio. Las leyes de origen, indispensables en un momento de la historia fecundo en nacimientos culturales y fuente de la diversidad étnica del mundo, a menudo llevan con el tiempo a los nacionalismos y otros ismos terribles que operan como muros en un planeta globalizado, cuando no inspiran muros de concreto y acero.
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La convicción de que alguna característica biológica o cultural nos hace mejores que otros proviene de un sistema educativo que aún la propaga o, simplemente, evita hablar de ello. Dentro, habita un precepto identitario paranoide, construido por generaciones como estrategia para mantener el territorio y sus recursos “a salvo” de los intrusos: la noción del muro que regula el tránsito y que a tantas personas todavía llama la atención, desde el cuerpo, la familia, la casa. La diferencia debe ser controlada, incluso con violencia, según ese discurso enfermizo, paulatinamente endémico por degeneración de capacidad crítica, que afirma que un dios o la naturaleza (hoy en día utilizados indistintamente) hizo las cosas así desde el principio. Las leyes de origen, indispensables en un momento de la historia fecundo en nacimientos culturales y fuente de la diversidad étnica del mundo, a menudo llevan con el tiempo a los nacionalismos y otros ismos terribles que operan como muros en un planeta globalizado, cuando no inspiran muros de concreto y acero.
La diversidad, fundamento de la creatividad, la innovación y la adaptación, paradójicamente puede transitar en un abrir y cerrar de ojos de un ismo amable hacia la tiranía, cuando la convivencia no se ejercita cotidiana y explícitamente. La labor de la diplomacia universal nos ha enseñado eso desde tiempos inmemoriales: conocernos y respetarnos entre diferentes no constituye nunca una amenaza, sino la fuente más vibrante de inspiración y goce de la existencia, el fundamento de la paz y la garantía de la continuidad de los asuntos humanos en la incertidumbre. Gracias a esos principios, niños y niñas en la Amazonia hablaban cuando menos dos idiomas, pues padre y madre siempre provenían de tradiciones y territorios diferentes, emparentados por la convicción de que en la selva gigantesca la palabra constituye a la gente y la biodiversidad con el propósito de mantener el mundo andando. Sumando primos y primas, cada comunidad habla todas las lenguas, sin hacer desaparecer “lo propio”, pues el suelo que se pisa y comparte lo garantiza.
Vivir la diversidad es el acto indispensable de una sociedad que reconoce sus múltiples orígenes y sus nuevos nacimientos, por cuanto todo es producto de las mezclas, las hibridaciones, la conversación gozosa que se instaura en quien descubre en la otra persona un universo al que no había tenido acceso. Pero vivir la diversidad requiere escuelas que lo entiendan y lo promuevan, que conviertan la desconfianza animal que yace en nuestro cerebelo reptil en confianza cultural, convivencia solidaria. Hay que celebrar por eso los eventos convocados durante el aislamiento involuntario para conocernos entre diferentes a través de las plataformas digitales, como Kumé, una iniciativa de cocina afrocolombiana de la Fundación Acua, que enseña a preparar y a disfrutar productos derivados de emprendimientos agrícolas y gastronómicos de su tradición mediante una experiencia remota maravillosa en la cual, durante más de dos horas, se comparte música, un poco de historia y se termina con un plato de mucho sabor, muy real, que encarna las recetas transmitidas en la mesa de cada cual.
A quienes construyen causas, invocan dignidades, encienden luces o se las apropian, reflexionar sobre sus ismos es un deber profundo para constituirlos en fuente de inspiración, nunca de discriminación. Los resultados están a la vista.