El modelo de deconstrucción tiene en la palabra una de sus herramientas centrales como gran arma de guerra, va creando una cadena de narrativas que más que construir tienden a socavar el soporte de la población.
El discurso de odio y de falsas argumentaciones se va generalizando y destruye la sociedad, el Estado y las instituciones que soportan el sistema democrático. El odio como factor de lucha se utiliza para dividir la sociedad entre buenos y malos, pobres y ricos, quienes son los culpables de todos los males y la causa de la pobreza de los pobres. Arremete contra los gringos, el capitalismo y cualquier persona que sea incómoda, rotulándola de neoliberal o de paramilitar, y presenta a las instituciones como el enemigo externo que hay que destruir porque nos mantiene en el subdesarrollo.
Reconociendo las falencias de nuestro sistema y las reformas que se requieren, hay que ser conscientes de que todas esas narrativas orientadas a corromper el pensamiento buscan producir reacciones irracionales que debiliten el apoyo al Estado, destruyan los partidos, socaven el sector privado, relativicen los valores borrando las barreras entre el bien y el mal, para fragmentar y deconstruir el sistema. La tergiversación de las palabras y las realidades es parte del combate político. Las mentiras se vuelven posverdades, se declara por sus autores una superioridad moral e intelectual que minimiza las tragedias que ha generado su ideología en otros países, pues dicha ideología es necesaria para atacar un sistema de creencias y debilitar el apoyo al Estado.
En las redes sociales, quienes estén en contra son objeto de bullying y de la nueva inquisición digital. Solo está seguro quien navega el plácido mundo de lo que para ellos es políticamente correcto y les genera likes. Esto hace que al secuestro se le llame retención; al asesinato, bajas; a la extorsión, impuestos sociales y sigue.
Las ideas que nos unen, como defender la vida, la paz y los ecosistemas, son usadas para frenar cualquier actividad económica que signifique progreso y para debilitar la fuerza pública, sostén de la democracia. Los impulsores convenientemente callan que, en la defensa de la vida, el 90 % de los casos de asesinatos de líderes están relacionados con narcotráfico, que en la defensa del agua, los mayores ofensores son la minería ilegal y la deforestación para sembrar y procesar coca, que en la defensa de los niños, se callan las sanciones que debería tener el reclutamiento de menores de edad, el abuso sexual y las prácticas abortivas.
En esa guerra de posiciones ideológicas se van copando la educación, la justicia, el Estado, los medios de comunicación y lenta pero constantemente se omite cualquier alusión al avance que sí hemos logrado, para demostrar que el sistema fracasó. Con frío cálculo se impide el progreso y se va empobreciendo la sociedad, para imponer su control social, porque, en últimas, “mientras peor, mejor”. Pregúntele a su hermano venezolano que se encuentra en la calle sobre si las ideas que llevaron al poder a estas narcocleptocracias realmente generaron el progreso que prometieron.