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Agosto fantasmista

Carolina Sanín
29 de agosto de 2009 - 08:35 a. m.

PARA CONMEMORAR EL ASESINATO del humorista Jaime Garzón, CM& presentó a comienzos de este mes un programa de televisión en el que la antigua colega del difunto, Elvia Dávila, presentaba clips que mostraban que el país sigue igual que cuando Garzón se reía de él.

Por una ocurrencia macabra, Dávila apareció acompañada, durante toda la emisión, por una proyección que mostraba al humorista callado, translúcido, mirando de perfil desde el mundo de los muertos.

Unos días después vino la conmemoración del asesinato del candidato presidencial Luis Carlos Galán. El Tiempo regaló con su edición dominical el afiche que, hace veinte años, Galán usara en su campaña política. Hubo quienes lo pegaron a las ventanas de sus casas. Pocos días después, el diario traía grapada a la primera página una estampita con la misma imagen del afiche. También apareció una propaganda de televisión de Luis Carlos Galán en campaña política, y, en la Avenida 26 de Bogotá, una enorme valla publicitaria con el ícono de Galán y el letrero “¡Galán vive!”.

Permanentemente se dice que Colombia es un país que no se acuerda de sus muertos. Como por hacer algo al respecto, los que pueden hacer algo han decidido hacer magia: declarar que los muertos están vivos. Pero ni Galán ni Garzón lo están. La sátira política en la televisión colombiana prácticamente se acabó con la muerte del último, y el grito de guerra contra el matrimonio entre narcotráfico y política se apagó, al menos por parte de quienes ostentan el poder, con la muerte del primero: la prueba es nuestro paranarcogobierno.

Pero eso lo sabe todo el mundo. Lo que no sabemos es qué función está cumpliendo, en estos días de referendo re-reeleccionista, la campaña electoral de un difunto. Debido a que su ideario es general e incontrovertible (no a la corrupción, no al narcotráfico), Galán es reclamable como símbolo por demasiados personajes disímiles (ya lo reclamó en su día Gaviria haciendo una equivalencia entre nuevo liberalismo y neoliberalismo). Otra historia sería la de usar el recuerdo de políticos asesinados de ideología más específica: los de la UP, o, para ir más lejos, el antiquísimo Gaitán.

Independientemente de quién sea el que está haciendo el gasto millonario en propaganda y de cuáles sean sus propósitos conscientes —seguramente loables—, vale la pena preguntarse qué mensaje inconsciente está transmitiendo la surreal campaña política de Galán. No es improbable que el espectador desprevenido identifique al candidato mártir con el candidato presidente Uribe: después de todo, son los únicos dos que ya están en franca campaña, y uno de los dos no existe. Además, el segundo se ha hecho abanderado de la memoria del primero en cuanto su gobierno hizo aprehender de manera folklórica, sin pruebas, a un presunto responsable del magnicidio.

O quizás lo que se instale en la mente del público, al ver al muerto en campaña presidencial, sea que no hay un contendor vivo para Álvaro Uribe. Pero tal vez la valla esconda también una advertencia: si hubiera un candidato que verdaderamente significara un cambio en las políticas con respecto al narco, volvería a quedar muerto.

 

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