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Niñez y racismo

Catalina Ruiz-Navarro
08 de diciembre de 2022 - 05:00 a. m.

Esta semana se hizo pública la denuncia de la maestra Kerlin Murillo Mena, quien en 2021 llegó al municipio de Paya, en Boyacá, con sus dos hijos de cinco y nueve años, huyendo de la violencia en el Chocó y para trabajar de maestra en la Institución Educativa El Rosario. Murillo denuncia que cuando las clases se hicieron presenciales y tuvo que interactuar con el plantel, sus colegas, los estudiantes y los padres de familia empezaron a tener actitudes de rechazo contra ella. Luego el rechazo se extendió a sus hijos, que sufrieron todo tipo de violencias, palizas, golpes y hasta una presunta violación sexual en grupo.

En respuesta a las acusaciones, el rector del colegio, Jorge Humberto Cuy Niño, negó todo y dijo que el problema era que la maestra era peleonera y que los niños tenían problemas de comportamiento. Además culpó a la madre de los golpes y otras torturas atroces a las que fueron sometidos los niños: “Esta señora Kerlin corregía y castigaba a sus hijos de una forma muy violenta. Son testigos los profesores de que llevó a los niños al colegio, cogió una vara y les dio una muenda”. No obstante, los partes médicos de los niños tras las palizas y la evidencia de las heridas y golpes son aterradores; así que si la madre fuese culpable sería absurdo que ella misma lo denunciara, y no hay “mal comportamiento” que justifique algo así.

Finalmente Murillo y sus hijos, que tienen secuelas físicas y emocionales por el maltrato, fueron reubicados en el municipio cercano de Chita. La Procuraduría General de la Nación inició indagaciones y hasta el ministro de Educación, Alejandro Gaviria, se pronunció al respecto: “La educación es una de las mejores herramientas para prevenir desde la primera infancia cualquier actitud o comportamiento que vaya en contravía del reconocimiento de la dignidad y la igualdad de las personas en relación con los derechos”. Sin embargo, esa educación que supuestamente nos mejora como seres humanos procede de la misma institución que está reproduciendo la discriminación racista. “La educación” pensada por y para los blancos, con sus libros de texto que hablan de “mezcla de razas” pero distinguen entre “mestizo, mulato y zambo”, no nos hará antirracistas.

En su libro How to Raise Kids Who Aren’t Assholes, Melinda Wenner Moyer explica que, como el racismo es cultural y está presente todo el tiempo, es muy probable que los niños tengan comportamientos racistas pues rápidamente se dan cuenta de que hay una división y una jerarquía social conectadas con el color de piel, y asumen que esto debe tener una justificación esencialista. Wenner observa que esto contradice la idea de muchos padres blancos de que sus hijos no ven “color de piel”, ¡claro que lo ven! Ven cómo a unas personas en la sociedad las tratan mejor que a otras y que a las personas blancas les creen y tienen casas más bonitas. Wenner encuentra que cuando los padres son blancos suelen evitar el tema de la raza sistemáticamente. Esto solo agranda el problema, pues a falta de razones, los niños empiezan a creer prejuicios racistas. También pueden ver las sutilezas de estos prejuicios en los adultos; por ejemplo, se dan cuenta de que todas las amigas de mamá son blancas. Por más buenas intenciones que haya de fondo, ¿qué tan antirracista puede ser una persona blanca que no tiene personas negras en su círculo cercano? No es necesario decir insultos racistas para que los niños noten que hay una preferencia.

Así que la solución será mucho más compleja, sobre todo para un país que se ha construido sobre el racismo, pero hace como que no lo ve y eso no permite que podamos tener estas conversaciones de frente. Se necesita un cambio profundo en el sistema educativo, pero, más allá de eso, no habrá un cambio cultural si no se combate la desigualdad social.

 

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