En 2003 se determinó que los partidos políticos tenían la autoridad de presentar sus candidatos a elecciones en listas cerradas o abiertas.
Las primeras son listas en las que el partido determina el orden de los candidatos y, según el número de votos, se van asignando las curules en el orden preestablecido. Las segundas tienen la opción de voto preferente en donde el elector puede darle su voto a un candidato específico, teniendo la potestad de influir sobre el orden de asignación de puestos. Pero, ¿qué significa cada una de estas opciones?
La pérdida de confianza en los partidos políticos en Colombia es un hecho. El fenómeno no es reciente; se podría argumentar incluso que inició con el Frente Nacional, cuando los políticos de carrera no eran capaces de esperar cuatro años a que sus opositores gobernaran y tenían que ir acomodando sus creencias al liberalismo o el conservadurismo. Años después, esto empoderó la idea de votar por un candidato y no por un movimiento. Cuando llegó el expresidente Uribe al poder, la tendencia a enaltecer a la “persona” más que a la “idea” llegó a su clímax: cerca del 70% de los colombianos no se consideraban de ningún partido durante su mandato. La tapa es la famosa (aunque no tan gloriosa) Unidad Nacional de Santos.
Fortalecer los movimientos políticos, sin duda, es necesario para una democracia funcional, pues fomenta el diálogo, permite consensos dentro de los partidos y la promoción de una agenda unificada. Por ello, se podría pensar que las listas cerradas son una herramienta positiva para votar por ideas (que ojalá se consagren en políticas concretas) y no por candidatos. Sin embargo, y por citar un caso, ¿cuántos de los que votarán por el Centro Democrático están conscientes de que lo harán por un conjunto de ideas y una cierta capacidad para implementarlas, y no sólo por Uribe, su imaginario y su habilidad? O mejor, ¿cuántos piensan que al votar por dicho partido están avalando, por ejemplo, la ferviente creencia en la prensa independiente de Ana Mercedes Gómez, la cercanía con el país de Iván Duque Márquez o la gran experiencia política de Paloma Valencia?
En 2003 se determinó que los partidos políticos tenían la autoridad de presentar sus candidatos a elecciones en listas cerradas o abiertas.
Las primeras son listas en las que el partido determina el orden de los candidatos y, según el número de votos, se van asignando las curules en el orden preestablecido. Las segundas tienen la opción de voto preferente en donde el elector puede darle su voto a un candidato específico, teniendo la potestad de influir sobre el orden de asignación de puestos. Pero, ¿qué significa cada una de estas opciones?
La pérdida de confianza en los partidos políticos en Colombia es un hecho. El fenómeno no es reciente; se podría argumentar incluso que inició con el Frente Nacional, cuando los políticos de carrera no eran capaces de esperar cuatro años a que sus opositores gobernaran y tenían que ir acomodando sus creencias al liberalismo o el conservadurismo. Años después, esto empoderó la idea de votar por un candidato y no por un movimiento. Cuando llegó el expresidente Uribe al poder, la tendencia a enaltecer a la “persona” más que a la “idea” llegó a su clímax: cerca del 70% de los colombianos no se consideraban de ningún partido durante su mandato. La tapa es la famosa (aunque no tan gloriosa) Unidad Nacional de Santos.
Fortalecer los movimientos políticos, sin duda, es necesario para una democracia funcional, pues fomenta el diálogo, permite consensos dentro de los partidos y la promoción de una agenda unificada. Por ello, se podría pensar que las listas cerradas son una herramienta positiva para votar por ideas (que ojalá se consagren en políticas concretas) y no por candidatos. Sin embargo, y por citar un caso, ¿cuántos de los que votarán por el Centro Democrático están conscientes de que lo harán por un conjunto de ideas y una cierta capacidad para implementarlas, y no sólo por Uribe, su imaginario y su habilidad? O mejor, ¿cuántos piensan que al votar por dicho partido están avalando, por ejemplo, la ferviente creencia en la prensa independiente de Ana Mercedes Gómez, la cercanía con el país de Iván Duque Márquez o la gran experiencia política de Paloma Valencia?