“Mire que podría estar robando”, es una expresión que se ha vuelto cada vez más común en las calles del país. El sutil chantaje busca simpatía: “Mire que le pido a las buenas lo que pudiera coger a las malas”. Hay veces que la expresión incluso pide aplauso: “Agradezca que no la estoy chuzando”. Sobra decir que en los momentos que me he enfrentado a la soterrada amenaza no siento simpatía ni gratitud. Trato, eso sí, de procesar la violencia de la agresión verbal pensando en lo difícil de la pobreza, las consecuencias del malestar social y todas esas causas estructurales que acotan y descuentan la responsabilidad individual.
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“Mire que podría estar robando”, es una expresión que se ha vuelto cada vez más común en las calles del país. El sutil chantaje busca simpatía: “Mire que le pido a las buenas lo que pudiera coger a las malas”. Hay veces que la expresión incluso pide aplauso: “Agradezca que no la estoy chuzando”. Sobra decir que en los momentos que me he enfrentado a la soterrada amenaza no siento simpatía ni gratitud. Trato, eso sí, de procesar la violencia de la agresión verbal pensando en lo difícil de la pobreza, las consecuencias del malestar social y todas esas causas estructurales que acotan y descuentan la responsabilidad individual.
Las declaraciones de Gustavo Bolívar sobre su renuncia al Congreso —su “hueco fiscal” y su “si fuera corrupto haría billete”— me remitieron a la expresión callejera, pero sin las causas mitigantes. Un senador de la República, sin avergonzarse, le dijo al país que, como él no roba, su servicio público simplemente no puede durar cuatro años sino sólo uno. ¡Ah! Y que lo aplaudamos, pues él es “de los buenos”. Pero el “bien” es más amplio que lo legal; no todas las faltas se castigan con cárcel y aun así siguen siendo faltas. Prometerles servicio a sus votantes en la elección y a la ciudadanía entera en su posesión para luego decir que nunca fue su intención completar su término es un asunto grave. Y es grave al menos por dos razones: la primera, porque mintió; la segunda, porque incumplió.
Es cierto que el desprestigio de los políticos es un lugar común, pero lo común no lo hace menos dañino. El servicio público es importante y vale la pena: construye sociedad y le puede dar sentido a la vida individual. Cuando los servidores públicos arrastran su propio quehacer por el piso, logran herir el espíritu colectivo de una manera que no lo logra ni un ladrón, pues al fin de cuentas el ladrón, al robar, abandona el pacto social. Y pensando en el pacto social es también muy grave incumplir. Sí, “cualquiera tiene derecho a renunciar”, pero la cabeza de una lista cerrada no es “cualquiera”. Su cargo es de suma responsabilidad: leyes mal hechas enchuecan el rumbo del país. La única falta posible no es robar. La negligencia también destruye.
El investigador Milan Vaishnav analizó por qué los votantes en India eligen políticos ladrones. Contrario a las primeras hipótesis sobre ignorancia y pobreza, el estudio concluyó que los votantes sí conocen el historial delictivo de los susodichos. El lío es otro: en Estados de derecho débiles o desiguales los electores eligen conscientemente políticos corruptos pues saben que navegan el sistema exitosamente y logran “hacer”. Una variedad de “que robe pero haga”. Lo interesante del nuevo discurso colombiano es “ni robo ni hago”. Claro, este discurso es más deseable que el de algunos funcionarios del antiguo gobierno: “no hago y robo”, pero aun así podemos quejarnos de la poca mejoría.
La idea de robar convive con los colombianos. Todos los días nos enteramos de atracos masivos, coimas y vacunas. De ahí que la honestidad sea uno de los valores que enaltecemos con creces por encima del “hacer”. De ahí también que lleguen al poder políticos como Rodolfo Hernández o Gustavo Bolívar con su alegado virtuosismo. Lo que estos dos senadores no tuvieron en cuenta es que incumplir es una variedad de deshonestidad. Dejar a los votantes al rato de ser elegidos demuestra una falta de compromiso. La corrupción no se combate meramente con discursos honestos. Se combate sobre todo con políticos comprometidos que hagan y que en su hacer fortalezcan las instituciones que previenen los incentivos y las oportunidades para la corrupción. Una tarea mucho menos gloriosa, pero mucho más seria y efectiva.