Las primeras señales de la crisis de esta sociedad en medio de la pandemia fueron los trapos rojos en las ventanas de hogares con hambre en las ciudades, especialmente en Bogotá. Además, se han tenido indicadores de la dimensión que había adquirido el costo social de esta situación en Colombia gracias a las encuestas denominadas Pulso Social realizadas por el DANE. Para no mencionar los datos de desempleo que han llegado a cifras que también demuestran la dura realidad de millones de familias. Hoy se conoce que en 2020 la pobreza llegó al 42,5 %: es decir, 21,2 millones de colombianos están por debajo de la línea de pobreza, 3,8 millones más que en 2019. Este incremento nunca se había visto de un año a otro en toda la historia de estas estadísticas en el país.
Vivimos momentos muy difíciles que ameritan serias reflexiones. Para empezar, es inaceptable que un país como el nuestro, que se reconoce como de ingreso medio alto, tenga el 42,5 % de su población bajo la línea de pobreza. Nada lo justifica, ni siquiera la mayor crisis que ha vivido esta sociedad y en general gran parte del mundo en los últimos 100 años. Para dimensionar la situación de pobreza en Colombia en estos momentos, se debe comparar este nivel con el que Cepal estima para América Latina para 2020, 33,7 % es decir 8,8 puntos porcentuales menos. Como todos los países especialmente en nuestra región han tenido que enfrentar esta dualidad entre salud y economía, la comparación es absolutamente válida y por consiguiente muy frustrante.
La conclusión es irrefutable y demoledora: no hicimos lo suficiente y faltaron acciones adicionales. Claro que es innegable que si el Gobierno no hubiera ofrecido apoyos económicos la pobreza sería tres o más puntos porcentuales superior al nivel que hoy se registra. Pero al mirar otros resultados de esta encuesta de pobreza aparecen luces claras de dónde se falló. Cuando el jefe del hogar está desempleado, la pobreza de ese grupo es del 69,1 %; cuando está ocupado, es de 38,7 %, y cuando es asalariado, la pobreza de ese hogar es del 24,7 %, 44,4 puntos porcentuales menos. Es decir, el trabajo es definitivo y allí fallamos, sobre todo el Gobierno, pero también los empresarios. Ahora bien, precisamente en este tema la brecha de género creció de una manera tal que hoy son las mujeres, todas y más aún las jóvenes, las que han cargado el mayor peso de la crisis. La diferencia en solo desempleo entre hombres y mujeres es casi el doble de la que existía antes de esta crisis, 6,6 puntos porcentuales. Y su inmensa carga del cuidado no remunerado a nadie le importa.
Lo obvio: la inserción productiva de la población, el trabajo remunerado, es el factor donde fallaron las medidas porque solo con subsidios no se resuelve esta situación tan difícil que afecta a millones de colombianos. Pero en ese campo no hay nada o muy poco. Las propuestas de preservar rápidamente las nóminas con apoyos del Gobierno se demoraron. Los soportes a esas pequeñísimas empresas, muchas unipersonales, no se dieron en la dimensión que tocaba. No se reconoció a tiempo que era una crisis de demanda que había que enfrentar con transferencias monetarias, sin duda, pero también con trabajo. El llamado a crear programas de empleos de emergencia financiados por las alcaldías que tenían los recursos para ello no se escuchó. El costo es evidente y de pronto para algunos casi irreparable.
Impostergable un replanteamiento de la estrategia en medio de la crisis: apoyos monetarios se requieren, pero no son suficientes. Tiene que reactivarse la economía y para ello la vacunación es la gran prioridad que no puede seguir al paso lento en que va. Empleos de emergencia además de las ayudas monetarias, porque estamos en medio de una crisis social de inmensas proporciones. Aceptemos: no hicimos lo suficiente.