Más que la desilusión que sentimos quienes creíamos, tercamente, que la Corte Suprema había superado épocas oscuras, como cuando un grupo de delincuentes exmagistrados y expresidentes de ese tribunal amañaba fallos, la sentencia de su Sala Penal actual, en que absuelve al muy mal reputado abogado Rodrigo Escobar Gil salvándolo de su conducta de traficante de influencias, debe alarmar a la gente de bien. Hemos sido notificados, por dos magistrados titulares y seis conjueces, ninguno de los cuales tuvo el decoro de apartarse de la decisión, sobre la parcialidad de la justicia y sobre la inexistencia de su equilibrio e igualdad ante la ley con que ha proyectado su imagen que terminó siendo solo eso: una imagen, al menos en este país.
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Más que la desilusión que sentimos quienes creíamos, tercamente, que la Corte Suprema había superado épocas oscuras, como cuando un grupo de delincuentes exmagistrados y expresidentes de ese tribunal amañaba fallos, la sentencia de su Sala Penal actual, en que absuelve al muy mal reputado abogado Rodrigo Escobar Gil salvándolo de su conducta de traficante de influencias, debe alarmar a la gente de bien. Hemos sido notificados, por dos magistrados titulares y seis conjueces, ninguno de los cuales tuvo el decoro de apartarse de la decisión, sobre la parcialidad de la justicia y sobre la inexistencia de su equilibrio e igualdad ante la ley con que ha proyectado su imagen que terminó siendo solo eso: una imagen, al menos en este país.
En el fallo de decisión mágicamente unánime, aparece, para nuestro desencanto, repito, la firma de los togados Luis Hernández y Fernando Bolaños; y, después de ellos, la del conjuez Pedro Enrique Aguilar de quien no hay que probar, por ser hecho de público conocimiento, que asume gran cantidad de casos judiciales de la mano del abogado Jaime Granados, principal defensor del procesado Escobar Gil, quien, a su vez, es el condiscípulo amado de Granados, que describe al absuelto como su amigo de hace 40 y pico de años (¿qué no hace uno por sus compañeros de vida?). Aguilar León y Granados han compartido la defensa de clientes famosos y ricos desde hace 20 años; por ejemplo, la de una chica universitaria que fue vinculada al sonado proceso por la muerte del joven Colmenares; y, hablando de tráfico de influencias, la práctica maligna que, según los sabios jueces de la Sala Penal, no cometió Escobar Gil, Aguilar conoce bien ese tipo penal porque también apoderó a Luis Gustavo Moreno, este sí, condenado y entronizado como el traficante de favores más famoso de Colombia porque fue quien cobró las millonarias coimas del “cartel de la toga” de la Corte Suprema antecesora de la actual, y cuyos miembros fueron Bustos, Ricaurte, Malo, Tarquino y otros extogados, unos presos y otros todavía ocultos. Ellos ensuciaron la majestad de la justicia hace unos años. Hoy, Pedro Aguilar no se declaró impedido ni nadie lo recusó por su íntima amistad con el apoderado del influyente Escobar Gil porque, triquiñuelas que se aprenden en el mundo de los cínicos, Granados se “apartó” de la defensa del caso que llevaba hace ocho años, justo cuando iba a presentarse el recurso de impugnación ante la Corte en donde su aliado de litigio y clientes, Pedro Aguilar, iba a decidir si su compañero de pupitre, Escobar Gil, era o no un santo. Como estaba previsto, Aguilar coincidió con que era santo, de acuerdo con los intereses de su aliado de litigios.
Entre tanto, en la Corte nadie se conmovió con esta inmoralidad pues, ya entrada en gastos con su mensaje de impunidad, qué le importaba la cantidad de indicios, pruebas y declaraciones del expediente. Escobar Gil fue absuelto por esta Sala Penal, con mayoría de conjueces a pesar de que, días antes, Jorge Pretelt, el exmagistrado de otro “cartel” en la Corte Constitucional, fue condenado por un colega de su misma sección. Pretelt fue quien les señaló a unos empresarios a quienes les estaba cobrando $500 millones por torcer un fallo de tutela, la necesidad de contratar a Escobar Gil para cumplir con su torcido. Pero este puede vivir tranquilo a partir de ahora. Antes de terminar, hay que reparar en que otro conjuez de la sentencia de la vergüenza que más parece un concierto de amistades político–judiciales que un tratado de derecho penal, es el todopoderoso abogado Héctor Carvajal Londoño, litigante de alto vuelo como Escobar Gil, y conocido por ser el “puente” entre el expresidente Álvaro Uribe y el presidente Gustavo Petro. Carvajal reunió a los dos personajes que parecían antagónicos, en una o varias reuniones antes y después de la posesión del nuevo mandatario. Ni siquiera por resguardar la posible inclusión de su nombre en la terna para fiscal general que el presidente le presentará a la Corte Suprema dentro de unos meses para sustituir a Barbosa, Carvajal se abstuvo de firmar la decisión.
Entre paréntesis: Granados es el principal abogado de Uribe y de Escobar Gil; Pretelt, el presentador de Escobar Gil, fue nominado a fiscal general y a la Corte Constitucional por Uribe. El conjuez Carvajal apoderó a los hijos de Uribe... y, así, podemos continuar la lista ¿Por qué será que el expresidente figura en tanto continuo penal?